jueves, 1 de diciembre de 2011

modelo ISI 3 Delia, pensamiento de Luis Batlle

Las ideas políticas de Luis Batlle Berres

*D’Elía, Germán:“El Uruguay neo-batllista, 1946-1958”,EBO, 1982, págs. 37-52

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a) La revolución de nuestro tiempo

Uno de los aspectos fundamentales del pensamiento de Luis Batlle lo constituye su ubicación frente a las transformaciones que en ese momento sacudieron al mundo y que él calificó de revolucionarias.

Su discurso al asumir la Presidencia, contiene una definición medular de esas transformaciones y sus inevitables repercusiones en la realidad nacional, así como de la filosofía política que orientará su acción: “[...] no es posible desatender el hecho de que la humanidad está viviendo una violenta revolución social y política que convulsiona a todos los pueblos. Nadie puede pretender que nos pongamos al margen de ese movimiento para abominarlo y apedrearlo; sino que, lo que la hora exige, es entrar y formar parte de esa inmensa columna para orientar el movimiento, para dirigir las fuerzas aunque para ello sea necesario acelerar la evolución.

Nosotros los que fuimos formados en los últimos aleteos de la filosofía liberal del siglo pasado y dimos los primeros pasos hacia la socialización de ciertas actividades del organismo social, comprendemos que tenemos que continuar ese ritmo para encauzarlo por las vías normales. Apresurarse a ser justos, es asegurar la tranquilidad; es brindarle al ciudadano los elementos principales y básicos para que tenga la felicidad de vivir y hasta él lleguen los beneficios del progreso y de la riqueza. Apresurarse a ser justos, es luchar por el orden y es asegurar el orden”. (1)

La idea de la “revolución en el orden” constituye un aspecto importante de su pensamiento y marca la distancia con los movimientos populistas que no desdeñaban el recurso de la violencia.

“[...] lo sabio es continuar por ese camino saliéndole al encuentro a los justos reclamos que haga el pueblo para darles solución a través de la ley conscientemente estudiada, sin esperar reacciones violentas de quienes se sientan desatendidos u olvidados”. (2)

Como veremos más adelante, la justicia social será, por razones que van desde la existencia de un pensamiento definido respecto al destino del país, a las motivaciones meramente electoralistas, uno de los pilares de su ideología.

Ese conjunto de ideas sobre la revolución mundial aparece reiterado en el Mensaje a la Asamblea General en marzo de 1948:

“No se puede apedrear desde afuera la revolución que sacude al mundo. Lo atinado es entrar en ella para dirigir los acontecimientos, para refrenar las actitudes liberticidas y para reconocer y vocear la justicia de ciertos reclamos. Desconocer la convulsión que sacude a los pueblos sería necedad y en cambio pulsar sus movimientos es armarse para mantener el orden y continuar por el camino del progreso. En este aspecto el Poder Ejecutivo se siente fuerte porque se siente justo. La fuerza del poder, puesta al servicio del trabajo, fortificando la democracia en sus formas de libertad y orden constituye un estímulo para los ciudadanos gobernantes”. (3)

Las ideas del progreso y la justicia social, realizables en el marco de la democracia y la libertad, constituyen una constante en el pensamiento de Luis Batlle. Son reiteradas sus referencias a la revolución que conmueve al mundo, su disposición a aceptar el proceso incorporándose a él y la necesidad de una estrategia que permita conducirlo evitando la violencia. “Nuestro movimiento es de reforma de sentimiento revolucionario [...] el orden es fundamental para alcanzar el progreso por el cual vamos luchando”. (4)

No desconoce en ningún momento la importancia de los reclamos populares aunque es constante su preocupación por controlar sus inquietudes: “[...] los pueblos en la calle es una verdad; reclamando y con urgencia, también es una verdad; la revolución en el mundo entero también es una verdad. Locura sería querer detenerla; prudente es no dejarla tomar demasiada velocidad. Pero repito que dirigentes y gobernantes tienen que entrar en ella”. (5)

Consecuente con esos conceptos es el slogan que toma para su movimiento: “Renovación y Reforma”, que expresa el carácter moderado y ordenado de una actitud de permanente cambio. Innumerables editoriales del diario “Acción”, de su propiedad y fiel vocero de sus ideas, lo expresarán en forma constante.

b) Democracia y libertad

Contrariamente a los movimientos populistas, el neobatllismo pone permanentemente el acento en la idea de democracia y libertad y prácticamente en todos los discursos de Luis Batlle se hace referencia a estos conceptos, que constituyen el aspecto medular de su pensamiento.

Esos principios esenciales de la democracia liberal los completará con una dimensión

social: “La democracia no es sólo libertad [...] los pueblos están reclamando algo más. La democracia no tiene por qué suponer necesariamente una evolución lenta en su marcha y discusión prolongada para atreverse a dar un paso por el progreso y la justicia social”.

“Los pueblos deben palpar los beneficios de la existencia de la Democracia; los poderosos gozando de la libertad y de la justicia y los necesitados, de la libertad, igualmente, pero también de la justicia, que ha de llegar hasta ellos sin demora, dando alimento al necesitado y trabajo al obrero y tierras al hombre de campo y bienestar a todos. Con esto no proclamamos la guerra, luchamos por la paz y exigimos orden y respeto y lealtad a la ley; no sometemos al hombre, lo ayudamos en su libertad; no somos clasistas ni formamos castas y sólo queremos el bienestar de todos y aspiramos a que los «pobres sean menos pobres aunque los ricos tengan que ser menos ricos»“. (6)

Se conjugan en el planteamiento los grandes temas del mundo en la inmediata postguerra en torno a las libertades democráticas reforzadas con soluciones de justicia social, junto a una invocación al Batllismo inicial con la reproducción de la conocida frase de José Batlle y Ordóñez. Con ello afirmó la continuidad de un pensamiento orientador de esa fuerza política que propugnaba la superación de las manifestaciones sociales más negativas del capitalismo, sin llegar a una condena del sistema.

En su mensaje a la Asamblea General de marzo de 1948, formulaba conceptos similares: “Se nos hace sentir la necesidad de redoblar nuestros esfuerzos ciudadanos para afirmar y hacer cada vez más justas nuestras leyes y más sólidas nuestras instituciones democráticas... la lucha es una expresión de la energía, una necesidad de la vida, es el único medio de andar y de alcanzar nuevos progresos en la incesante búsqueda de mejorar y perfeccionarse. La lucha en la paz permite alcanzar las conquistas más firmes. La República vive un ambiente de amplio respeto institucional. Los ciudadanos aisladamente o en organizaciones gremiales o políticas, se mueven en el goce de sus libertades”. (7)

Los sucesivos planteamientos reflejan una coherente manifestación de su ideología, en la que los conceptos de libertad, democracia, orden, paz social, pueblo –como una totalidad nacional– aparecen idealmente integrados.

Son esos caracteres, concretados en una forma de vida colectiva, los que hacen del

Uruguay un país de excepción: “Todos nosotros, sin distinción alguna, gobernados y gobernantes, formamos una férrea unidad en nuestro deseo vivo de trabajar por engrandecer la Nación, por luchar en favor de su permanente progreso, salvando dificultades, corrigiendo injusticias, deseosos de que sea una verdad poderosa el sentimiento de honra y satisfacción de sentirnos ciudadanos de este pequeño y prestigioso país”. (8)

Y esa idealización lo lleva a sostener que: “Es el nuestro un pequeño gran país. Si alguna vez se le pudo llamar con verdad laboratorio de experimentación del derecho laboral, hoy se le puede calificar, con igual razón de pequeño oasis de paz, libertad y justicia en un mundo perturbado por trágicas realidades o comprometedoras perspectivas...” “Tengamos clara conciencia de que el Uruguay es un país de excepción”. (9)

Tan importante como la democracia e íntimamente ligada a ésta porque constituye un elemento integrante de la misma, es la libertad: “Tenemos que preocuparnos en primer termino de asegurar la libertad de los ciudadanos y conquistar un régimen social que les permita vivir con dignidad y sentir el goce, la satisfacción y la necesidad de defender el régimen político en que actúan”.

Definiéndose en torno al principio de la libertad, acentúa sus diferencias con los movimientos populistas que asumían formas «autoritarias». Sostiene que “nada hay más necesario al hombre que la libertad”... “que lo fundamental para toda organización social, es que se cimente sobre la libertad”, porque “la libertad es el elemento principal para la vida colectiva y cualquier régimen que niegue el principio de libertad, es malo por eso mismo”, y que “la libertad no se alcanza sino a través del régimen de la democracia”. (10)

Frente a aquellos regímenes que ponen el acento en la seguridad económica, firmará que “la seguridad sin libertad es opresión en lo social y dictadura en lo político” (11), que “no hay régimen para el hombre trabajador, como la democracia. Porque el hombre trabajador lo que necesita es la libertad y en la libertad los hombres trabajadores podrán conquistar todos sus derechos”, ... dado que “sin libertad los obreros no podrán alcanzar ninguna conquista económica”. (12)

Insiste en esos conceptos rechazando la posibilidad de alcanzar avances positivos fuera del marco de la democracia: “No creemos en las mejoras sociales ni en los progresos técnicos que para alcanzarlos sea necesario renunciar a la libertad de los hombres y de los pueblos y entendemos por el contrario que esos son caminos de nueva esclavitud [...] El progreso social de la humanidad y hasta la evolución con urgencia de las mismas fuerzas sociales que aseguren una mejor justicia, pueden alcanzarse sin debilitar ni rozar la libertad”. (13)

Esa filosofía liberal lo ubica en abierta discrepancia con el comunismo, doctrina a la que considera negadora de la libertad, a la que enfrenta en el plano de las ideas y entiende se le debe vencer con la realización de la justicia social: “en este país, cuando se hace buen Batllismo el comunismo no tiene función ni tiene nada que hacer”. (14)

En tal forma democracia y libertad constituyen dos conceptos inseparables dentro de la ideología neobatllista, conceptos vitales que hay que afirmarlos en una actitud militante: “...la democracia hay que afirmarla con el voto. La democracia hay que afirmarla en la calle. Hay que asegurarla con el fusil si es necesario”. (15)

Es por ello que el destino del país aparece integrado en los valores que encierran ambos conceptos: “sin libertad política, sin libertad de prensa, sin leyes que aseguren la tranquilidad económica y el desarrollo de nuestras familias será imposible que podamos andar el camino que nos hemos trazado para cumplir con nuestras obligaciones, porque la garantía de los derechos humanos y la defensa de las libertades nos obliga a que vivamos en regimenes de democracias ciertas y reales... es el único camino para alejar el peligro de las infiltraciones totalitarias que encuentran su mejor caldo de cultivo allí donde se niegan las libertades y se violan los principios democráticos”. (16)

c) Industrialización

Una de las ideas básicas del neo-batllismo es la industrialización. Hemos destacado cómo ese movimiento se definía por la elaboración de un “modelo” industrial para el desarrollo del país, y cómo interpretaba y satisfacía las expectativas de las diversas clases que conformaban la alianza en que se apoyaba.

En los discursos de Luis Batlle y en los editoriales del diario “Acción”, se puso el acento en la necesidad de industrializar el país promoviendo la expansión de las industrias existentes y la creación de otras nuevas, desarrollando un intenso proteccionismo basado fundamentalmente en la política cambiarla. En tal forma la actividad privada se transformó en el centro de la expansión económica al amparo de la protección que le dispensó el Estado.

En esa orientación fue visible la concordancia entre las ideas del gobierno y las que sostuvieron los industriales respecto al destino del Uruguay y la política necesaria para realizar el modelo de desarrollo que se proponían.

Ya al asumir el mando en 1947 Luis Batlle hizo referencia en su discurso al desarrollo de la industria: “Esta actividad de trabajo y estos salarios han creado un mejor standard de vida y han facilitado una evolución económica y social que se hace de absoluta necesidad mantener y defender y el gobierno ha de organizar todos los esfuerzos que están a su alcance para afirmar esa riqueza”. (17)

En opinión del gobierno la industria es la principal actividad creadora de riqueza y por eso manifiesta continuamente su intención de protegerla de sus enemigos, cualquiera sea su importancia: “Vamos a garantirlos a los pequeños industriales como igualmente a los grandes industriales, el capital necesario para el desenvolvimiento de sus industrias” ... “vamos a crear el Banco Industrial del Estado con cincuenta o sesenta millones de pesos para que sea el Estado el que auxilie y fomente las industrias nacionales, para defender a los industriales, chicos o grandes, del capital extranjero... yo me he defendido siempre de todas las infiltraciones del capital extranjero [...] ” (18)

Con estilo llano y directo, fácilmente comprensible por todos, explica cuáles son las

ventajas de una industria nacional: “Al lado de la industria que crea la clase media, al lado de la industria viene el salario bien remunerado del obrero, al lado de la industria viene el capital, al lado de la industria viene toda la organización administrativa bien paga. Al lado de la industria se realiza y se hace toda una riqueza que se reparte entre los trabajadores porque la industria lo que necesita son brazos y entonces a los brazos es a donde llega en reparto justo la ganancia que provoca esa industria, y en ese sentido tenemos que hablar con claridad al pueblo: no están haciendo como lo pretenden algunos que falsean la verdad, capitalismo para los capitalistas, no, están haciendo riqueza para que llegue al pueblo, para que se repartan entre los hombres de trabajo [...] ” (19)

Y con motivo del proyecto gubernamental que acordaba franquicias para las industrias a instalarse en el país, el mismo periódico expresaba el 3 de abril: “La preocupación que ha guiado la mente del Ejecutivo ha sido la de promover la creación de fuentes de trabajo”[...]

“Con verdad puede afirmarse que la amplia liberación de gabelas que se acuerda a quienes vengan a establecer en el país una industria nueva, constituye algo equivalente a la creación de un verdadero «seguro de rendimiento» para los capitales que pudieran invertirse en empresas de ese carácter”.

Los beneficios que se le asegura a los inversores se extienden a las otras clases: “...la libertad económica del pueblo depende de la industria y nosotros vamos a defender a la industria que paga buenos salarios”.

“Creemos en la necesidad de desarrollar nuestras industrias y sentimos que nuestro deber es imponerlas y para ello hemos de organizar la batalla económica [...] hemos de buscar los caminos para que esta materia prima que es riqueza nuestra sirva para asegurarle trabajo a nuestros obreros y sea fuente de riqueza y prosperidad para la nación”. (23)

Pero esa responsabilidad no corresponde solamente al gobierno: “fomentar esas industrias es obligación de todos, el Estado, las fuerzas capitalistas creadoras de ellas y el capital obrero que las hace marchar y progresar”. (24)

No es de extrañar que ese lenguaje obrerista en el que se destaca la importancia del trabajo creador de los obreros y la necesidad de que compartan los beneficios de la industrialización le haya permitido lograr el apoyo de amplios sectores del proletariado.

e) Capital y trabajo. La “paz social”

La ideología del neobatllismo en estos temas es ambigua, pues si bien evidencia inquietud frente al problema social y utiliza un lenguaje de tónica obrerista, en lo esencial sostiene el sistema imperante, formulando solamente la distinción entre el buen y el mal uso del capital; rechaza el antagonismo entre el capital y el trabajo sosteniendo la “paz social” en una conciliación de clases, aunque reconoce el derecho de los obreros a luchar por sus reivindicaciones.

En esa filosofía social la intervención del Estado como árbitro y como instrumento para redistribuir la riqueza eliminando las diferencias sociales más agudas, adquiere una importancia primordial.

En este aspecto se dieron notorias diferencias entre la ideología de los industriales y el neobatllismo. Si bien ambos desenvolvieron en forma paralela el concepto de la “paz social” y la mancomunidad de intereses en la empresa, el neobatllismo, tanto por su filosofía social como por razones político-electorales, no podía ignorar las reivindicaciones obreras y buscó procurarles adecuadas soluciones.

En relación con estos temas, en su ya mencionado discurso al asumir la Presidencia en 1947, Luis Batlle señalaba: “La violencia del capital para imponer su quietismo a todo lo que ha conquistado no puede tolerarse; la violencia por parte de quienes quieren andar rápidamente tampoco puede tolerarse”.

En tal sentido el Estado debe contribuir al mantenimiento de la paz social: “Propiciando y fomentando leyes de justicia y buscando las mejores soluciones que intensifiquen el trabajo gestando riqueza; la que ha de ser equitativamente repartida, porque la riqueza producida por todos no es propiedad del capital sino que buena parte de ella es del trabajador, y justo es que se reparta con equidad y llegue hasta todas las clases brindando bienestar a todos tos que la han producido”.

Esos conceptos se reiteran constantemente en sus discursos y mensajes: “Sé además que la clase trabajadora es la que forma el pueblo y sé también que la riqueza la forman los trabajadores y por lo tanto debe ser compartida también por ellos”. (37)

“Cuando se amasa la riqueza entre el capitalista y el trabajador, lo que se produce es de todos y tiene que repartirse con equidad para que no exista el que lo tiene todo y el que no tiene nada, porque eso no es ni la tranquilidad ni la paz, ni la justicia; eso es la arbitrariedad y con arbitrariedad no podemos asegurar la paz social”. (38)

De esas ideas se deduce cuál debe ser la función del Estado para asegurar la paz social: “El gobierno no se mueve para borrar injusticias provocando otras injusticias, sino que el actúa en el deseo de acercar a las fuerzas sociales y económicas que distantes entre ellas y en opinión podrían provocar lucha de violentas perturbaciones y los hechos dicen que las masas populares oprimidas reaccionan fuertemente y la preocupación de los gobernantes debe estar en alejar con mano firme esa opresión para que no estalle esta temida lucha...”

(39) Si bien no acepta el concepto de la lucha de clases, reconoce su existencia y reitera la importancia de la acción del Estado para impedir su desarrollo: “Creemos que por encima de las clases sociales está el hombre sin distinción de razas, naciones, clases o creencias, que por su sola condición humana tiene derecho a la Libertad Política y a la Seguridad Social”. “Eso no quiere decir no reconocer los conflictos de clases”. (40)

“La lucha de clases nace de la injusticia de clases. Se nutre con el desmedido afán de ganancias de quienes buscan en los factores de desequilibrio de las condiciones económicas, puntal para el logro de mayores beneficios”. (41)

“Combatimos la lucha de clases porque entraña la siembra de odios. Pero lucharemos contra la diferencia de clases, por una igualdad sin trampas monopolistas y una abundancia económica fundamentada en la totalidad del precio del trabajo humano. La Seguridad Social se ha conciliado teóricamente con la Libertad Política y ese privilegio de la extrema derecha o la mentira pública de la falsa izquierda, son los últimos manotazos del ahogado en las olas de la Revolución de Nuestro Tiempo”. (42)

La conciliación de los opuestos que se traduce en la paz social no puede ser el resultado de una imposición, sino de la justicia social que evita andar por “los caminos de la violencia y el desorden”: “[...] Sobre un país pobre o violentado en su economía o en sus finanzas, no se puede afirmar el bienestar colectivo... no se puede afirmar el bienestar colectivo con la presencia de núcleos de pobres de solemnidad frente a la existencia de algunos poderosos y ese desnivel además de arbitrario es peligroso y la ley debe ir con apresuramiento para corregir estas injusticias”. (43)

“La paz social se ha de encontrar cuando se haga participar a los empleados y obreros de la riqueza que producen con su trabajo y estas conquistas serán orden en lo social y paz en lo político y progreso en lo económico”. (44)

En un lenguaje que excedía su tono habitual llegará a sostener que: “...el Gobierno no está para defender a los ricos, sino para defender al pueblo, que es la verdadera fuerza del país [...] porque es una verdad que no la puedo callar, que los hombres que tienen demasiado y están rodeados por necesitados, me incomodan. Me incomodan y a esos los tengo como enemigos de la sociedad”. (42)

Esos planteamientos en los que no dejan de gravitar las necesidades electorales del político, reflejan sus inquietudes sociales que se manifiestan frente a otros aspectos agudos de la situación social del período, como fueron las huelgas obreras. Si bien rechazó ese medio de lucha de los trabajadores, lo admitió como un hecho social: “Creo que a los huelguistas hay que hacerles sentir que la huelga no es el camino adecuado para encontrar soluciones; pero es necesario que ellos tengan la seguridad de que se les va a oír y se les va a respetar y no se les va a engañar”. (46)

Simultáneamente desarrolló toda una concepción con respecto al capitalismo –a la que hemos hecho referencia– en la que sin referirse al sistema, que acepta, formula la distinción entre el “capital justo”, digno de ser, defendido y el “capital injusto”, que repudia, siendo evidente la imposibilidad de establecer los límites que los separan.

“El capital cuando no es injusto, también es trabajador; cuando el capital se pone en

actitud de injusticia es arbitrario y quiere darle al capital el poder del capital, entonces ya deja de ser trabajador; pero cuando el capital es invertido en promover trabajo y tiene ánimo de justicia y de respetar los derechos de los trabajadores, el capital no es un enemigo, sino que es un colaborador más en la acción social y en la acción económica del país. Lo que hay que buscar es que el capital no sea injusto, cuando es injusto hay que abatirlo, porque el capital es la riqueza de todos. Lo puede tener una persona determinada, pero lo ha hecho en el país con el trabajo y el esfuerzo de todos”.

“Cuando el capital se constituye en un enemigo, repito hay que abatirlo. Pero debemos tratar de buscar en el capital la fuerza de colaboración que puede tener en beneficio de la sociedad y de la economía del país, haciendo que el capital se transforme entonces en un trabajador más”. (47)

La ideal aspiración de un equilibrio social que ignora la esencia de las contradicciones del sistema y pretende resolverlas con la buena voluntad y comprensión de las partes, aparece nuevamente explicitada cuando sostiene que: “El capitalista tiene derecho a los beneficios de su capital invertido; pero el obrero tiene el derecho de su capital trabajo que es igualmente o más respetable que el capital dinero, porque al fin capital trabajo es sudor, es desgaste, es esfuerzo personal y permanente y es lo único que tienen los hombres para poder ir atendiendo y resolviendo sus problemas diarios. Pero se hace imprescindible luchar por la comprensión de ambas partes. El capital dinero cuando es injusto, arbitrario, prepotente, es nocivo a la sociedad; pero el capital trabajo de brazos caídos, a desgano, sin buen rendimiento es también igualmente perjudicial a la sociedad. Ambas cosas son malas y contra ellas habrá que luchar”. (48)

Destacamos nuevamente lo confuso y ambiguo del lenguaje. Capital justo y capital injusto; capital trabajador y capital con poder de capital; capital trabajo del obrero...

¿Deliberada confusión por necesidades políticas que le permite eludir una definición categórica sobre el sistema capitalista y sus conflictos? ¿Errores conceptuales en torno a categorías sociales y económicas? Muchas imprecisiones pueden ser atribuidas a las circunstancias en que esos temas fueron considerados –actos de propaganda política en los que la disertación improvisada limitó el ajuste conceptual o traicionó el pensamiento – pero nos inclinamos a pensar que estas imprecisiones son el fruto de un esfuerzo dialéctico –dialéctica verbal – para evitar definiciones sobre temas que, por su trascendencia económico-social, hubieran provocado también definiciones en un heterogéneo electorado.

NOTAS

1) Discurso pronunciado el 14/8/947. El análisis de las ideas fundamentales y de valor universal del pensamiento de Luis Batlle, nos conduce a sostener que en ellas se manifiesta la influencia del notable escritor y dirigente laborista inglés Harold Lasky, uno de cuyos libros tiene precisamente como título “Reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”.

2) Tomado del mencionado discurso.

3) Mensaje la Asamblea General 15/3/948.

4) Discurso en Paysandú 9/6/952.

5) Discurso 29/6/52.

6) Discurso en el Congreso de Parlamentarios Americanos en Chile 14/4/944.

7) Mensaje a la Asamblea General 15/3/948.

8) Discurso pronunciado al cumplir el 1er. año de Gobierno 29/7/948.

9) Diario “Acción” No 1 - Editorial.

10) Discurso pronunciado en el Liceo de Treinta y Tres 30/10/949.

11) Discurso ante el Congreso del Brasil 3/9/948.

12) Discurso en la Unión de Empleados de Panaderías 2/10/948.

13) Discurso ante la VI Asamblea de las Naciones Unidas 14/11/951.

14) Discurso en Paysandú 12/8/951.

15) Discurso en la Unión de Empleados de Panaderías.

16) Discurso en la OEA 6/12/955.

17) Discurso del 14/8/947.

18) Discurso en Dolores 25/4/948.

19) Discurso en Paysandú 10/10/948.

23) Discurso por cadena radial 25/11/954.

24) Discurso ante la Asamblea General 1/3/955.

37 Discurso en la Unión de Empleados de Panaderías.

38 Discurso del 14/8/947.-

39 Discurso al cumplir el 1er. año de Gobierno 28/7/948.

40 Diario “Acción” 28/4/951.

41 Diario “Acción” 17/11/948.

42 Diario “Acción” 27/11/950.

43 Discurso radial 11/10/950.

44 Mensaje a la Asamblea Genera! 15/2/951.

45 Discurso en El Pintado (Artigas) 30/5/949.

46 Discurso en Montevideo 23/4/952.

47 Discurso en Paysandú 29/6/952.

48 Discurso ante la Asamblea General 1/3/955

modelo ISI 2

La economía en el período

neobatllista

*Nahum, B; Angel Cocchi; Ana Frega; Yvette Trochon:

“Crisis política y recuperación económica 1930-1958”,

EBO – La República, 1998, págs. 96-107

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Este había sido concebido como un instrumento privilegiado para lograr cambios sustanciales

en el régimen de explotación y tenencia de la tierra (fomentando una racional subdivisión

de la misma). Impulsaría la colonización tanto agrícola como ganadera, y tendría en sus

manos la posibilidad de la expropiación de tierras para dedicarla a aquellos fines. Entre las

susceptibles de ser expropiadas, se encontraban las propiedades de gran extensión y las

escasamente explotadas. Los colonos debían cumplir con ciertos requisitos, tales como

poseer conocimientos en el tipo de explotación que fueran a realizar y hábitos de trabajo.

Las tierras adjudicadas por el Instituto en carácter de propiedad podrían ser expropiadas

cuando se comprobara su subdivisión o su nueva concentración.

Sin embargo, sus objetivos más profundamente transformadores fueron cercenados por

la férrea oposición que los ganaderos ejercieron a través de sus organizaciones (la Asociación

Rural y la Federación Rural). El proyecto finalmente aprobado significó un compromiso que

neutralizó los contenidos renovadores de la concepción original, como ya vimos. La labor

del Instituto se vio afectada por la falta de recursos financieros que permitieran la

implementación de sus metas, fenómeno que se fue agudizando en los años siguientes.

Entre 1948 y 1958 se colonizaron 149.671 hectáreas. A partir de esa fecha, el impulso

colonizador se detuvo. Dentro de este panorama de rasgos negativos, en el sector

agropecuario se destacaron, sin embargo, dos renglones de mayor dinamismo: la leche y la

lana. La producción láctea se duplicó entre 1945 y 1955 al amparo de medidas que aseguraban

buenos precios y fácil comercialización. La producción de lana se vio incrementada por la

aplicación de controles sanitarios (sarna, etc.) y la mejora de razas (la expansión del

Corriedale). Los productos agrícolas constituyeron los renglones de mayor expansión entre

los años 1946 y 1955, lo que provocó un aumento del área cultivada. La explotación triguera

se multiplicó por 4 en esos años, seguida por otros cultivos. Entre estos, girasol, arroz,

maní, lino, algodón, caña de azúcar, etc. alcanzaron niveles importantes alentados por la

industrialización. Esta fomentó la producción de materias primas de la agricultura para el

proceso sustitutivo de cierto tipo de importaciones, así como la intensificación de cultivos

que cubrieran las necesidades del incremento de consumo de la población. Cereales y

oleaginosos captaron el 57% de la producción agrícola total entre 1946 y 1949. Diversas

resoluciones oficiales impulsaron la explotación agrícola: la fijación de precios “sostén” (al

trigo, lino, girasol, mam, algodón, etc.) el establecimiento de tipos de cambios favorables,

facilidades para la importación de maquinaria —los tractores pasaron de 3.170 en 1946 a

21.740 en 1956—, créditos preferenciales.

Todo ello conformó un impulso deliberado del Estado que amplió el área agrícola en

perjuicio de la ganadera. De acuerdo al economista Luis Faroppa, desde 1947 se produjo

un desplazamiento de casi un millón de hectáreas de las explotaciones ganaderas a las

agrícolas y lecheras, cambiándose incluso su localización.

Tradicionalmente el área agrícola se había concentrado en las zonas centro-sur del país

(primordialmente Canelones, cinturón agrícola de la capital). En esta etapa, se produjo un

desplazamiento hacia el Litoral por diversas razones:

—el desgaste del suelo provocado por la continua y exclusiva explotación triguera en

predios excesivamente reducidos (minifundios).

—las mejores condiciones que presentaba la nueva región para los cultivos del tipo

industrial.

—la existencia de buenas vías de comunicación en el Litoral.

—mejores posibilidades de aplicar la mecanización en establecimientos de mayor tamaño.

La expansión agrícola comenzó a revelar signos de estancamiento desde mediados de la

década del cincuenta por factores ajenos al control del país. La fuerte recuperación de la

agricultura europea y la formidable expansión de la estadounidense fueron los argumentos

para establecer políticas proteccionistas que perjudicaron a los países productores de materias

primas y alimentos. La Ley 480 de Estados Unidos, que posibilitaba comercializar a precios

bajísimos los excedentes del agro estadounidense, nos desplazó de mercados incluso

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tradicionales, y bajó los precios de nuestras exportaciones. Las trabas para el ingreso de los

“tops” (lanas lavadas y peinadas) uruguayos a Estados Unidos, impedían o dificultaban a

Uruguay las posibilidades de exportar un producto con mayor contenido de trabajo nacional

que la lana sucia, materia prima en bruto.

Si a esto se unía la creciente utilización de fibras textiles sintéticas que disminuían las

ventas de lana, se aprecia el cúmulo de dificultades existentes para colocar la producción

uruguaya en los mercados internacionales. Al mismo tiempo, se percibe con nitidez los

estrechos márgenes de superación que podía permitir un crecimiento en dependencia.

2. LA EXPANSIÓN INDUSTRIAL

La expansión del sector industrial vinculado al mercado interno permitió –a través de la

estrategia de sustitución de importaciones impulsada luego de la crisis económica mundial

de 1929– la fabricación de productos que anteriormente eran adquiridos en el exterior.

Se ha visto en capítulos anteriores, cómo durante el período terrista la producción

industrial presentó un crecimiento significativo, que se vio reafirmado por las nuevas

restricciones que el estallido de la Segunda Guerra Mundial impuso a la adquisición de

productos de aquel sector en el exterior. Pero si bien en este aspecto la guerra significó un

nuevo impulso en el proceso ya iniciado, también implicó –como contrapartida– el surgimiento

de mayores dificultades en la adquisición de elementos esenciales para la expansión de las

industrias de carácter dinámico.

Las dificultades de abastecimiento de combustibles, maquinarias y determinadas materias

primas (hierro, acero, etc.) de las que el país carecía, trabaron hasta el fin del conflicto,

las posibilidades de crecimiento acelerado en dicho sector de la producción.

Las industrias del tipo tradicional, que utilizaban materias primas del país, no se vieron

tan afectadas y tuvieron un efecto multiplicador sobre la demanda de productos nacionales.

Prueba de este efecto benéfico lo constituyó la expansión del área agrícola, ya analizada.

La finalización de la guerra restableció el normal abastecimiento de aquellos elementos

básicos. Fue entonces, en los años de la segunda posguerra, entre 1945 y 1955, cuando se

operó el período de crecimiento acelerado de la producción industrial uruguaya. Esta se

incrementó a razón de un 8.5% anual, mientras la tasa del agro era del orden del 3.9%. Las

ramas tradicionales lo hicieron a un 5.6% y las dinámicas en un 15%. Debe tenerse en

cuenta que la posible competencia de los países industrializados se hallaba momentáneamente

paralizada por el reacondicionamiento que debían realizar en sus economías adaptándolas a

las nuevas condiciones de pacificación imperantes en el mundo.

Otro factor que contribuyó a la afirmación del proceso expansivo de la producción

industrial uruguaya, fue la acumulación de divisas realizada durante el conflicto.

El incremento en las ventas de la producción pecuaria había permitido al país acumular

libras y dólares en el exterior.

Esto permitió financiar la compra de los insumos necesarios para dinamizar el proceso

de industrialización.

La guerra de Corea (1950-1953), al favorecer la colocación de nuestra producción pecuaria,

impidió la oposición tradicional del sector ganadero al desarrollo industrial, lo que allanó el

camino de posibles obstáculos en el orden interno. La política proteccionista promovida por

el batllismo en el poder a partir de 1946 –que se analizará más adelante– significó otro

factor de fomento del proceso industrializador.

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El predominio de las industrias dinámicas sobre las tradicionales en este período es

relevante. Sin embargo, es de destacar que pese a la importancia adquirida por las industrias

derivadas del petróleo, electrotécnicas, metalúrgicas, etc., la actividad industrial uruguaya

se destinó esencialmente a la producción de bienes de consumo interno en el marco del

proceso de sustitución de los importados. Dentro de los sectores excepcionalmente orientados

a la exportación resaltaron el de los textiles y confecciones.

En el cuadro Nº 2 se visualiza con claridad las importantes tasas de crecimiento de las

industrias dinámicas (caucho, metalurgia, química, derivados del petróleo, etc.), la particular

situación de la industria textil y el lento ritmo de las ramas tradicionales.

CUADRO Nº 2

EVOLUCIÓN DEL VOLUMEN FISICO DEL SECTOR MANUFACTURERO

ÍNDICE 1955 = 100

VESTIMENTA Y CONFECCIONES ALIMENTOS IND. DEL CUERO CAUCHO

1945 59,1 84,2 84,7 28,9

1950 71,8 91,5 68,9 52,2

1955 100,0 100,0 100,0 100,0

PETRÓLEO Y DERIVADOS QUÍMICA METALURGIA TEXTILES

1945 23,2 15,3 27,0 29,3

1950 68,0 29,9 64,3 47,0

1955 100,0 100,0 100,0 100,0

FUENTE: Luis FAROPPA: “El desarrollo económico del Uruguay.”

Otra de las características que adquirió el proceso industrializador en esta etapa, es el

alto grado de concentración de las industrias en Montevideo, que alcanzó en 1955 el 75,6%

del valor total de la producción. El predominio industrial de la capital es seguido de modo

decreciente por Canelones, Paysandú y Salto. En el período surgieron Paylana, Azucarlito,

Paycueros, en Paysandú; Sudamtex (textiles) en Colonia; Pamer (papel) en Soriano. Las

diferencias entre la productividad de Montevideo y el Interior podrían explicarse por la

incidencia de varios factores. Por un lado, el carácter portuario de Montevideo le permitió

acceder con facilidad al aprovisionamiento de materias primas del exterior, mientras el

Interior, con clara desventaja, veía aumentados sus costos de producción por la incidencia

de los fletes. La existencia de un mercado de consumo reducido determinó la presencia en

el Interior de establecimientos de escasas dimensiones, que impedían la utilización de

métodos modernos de fabricación que multiplicaran su producción. La obtención de capitales

también se vio limitada frente a una más desarrollada red bancaria en la capital. Esta

hiperconcentración de las industrias en un único polo evidenciaba una mala integración del

mercado nacional, que exhibió sus efectos más nocivos a partir de mediados de la década

del cincuenta. La industria uruguaya presentó otro carácter relevante: el producir

esencialmente para el mercado interno. Así, mientras en 1936 el 93,3% de su producción se

orientaba al mercado nacional, en 1955 trepó al 95%. No obstante esta tendencia, se pudo

observar un repunte en los valores de los productos industriales respecto al total de

exportaciones del país. En 1936, significaban el 18,9%, mientras que en 1955 alcanzaron el

35,1%.

Asimismo, vinculado con esta expansión se produjo un aumento del número de

trabajadores en el sector industrial respecto al empleado en otras actividades. En 1936,

con una población estimada de 1.800.000 había 85.691 asalariados en la industria. En

1955, con una población de 2.630.000 habitantes, 194.623 correspondían a empleados y

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obreros del sector industrial. En Montevideo –que contaba con unos 900.000 habitantes en

esta fecha– el 16% eran obreros y empleados industriales.

En el Interior, con 1.750.000 habitantes, el 3.1% se ocupaban en dicha actividad. Al

orientarse la producción industrial al abastecimiento del mercado interno, se produjo una

reducción de las importaciones de ciertos artículos manufacturados.

Las posibilidades de exportar productos industrializados eran difíciles por una diversidad

de factores. Entre los externos, contaban los derivados de una reducción de la demanda

por la Guerra Mundial y las políticas proteccionistas de los países desarrollados.

Entre los internos, la pequeñez del mercado nacional, básico para lanzar la producción;

la inadecuación de la tecnología empleada que, por importada, estaba diseñada para abastecer

grandes mercados con un mínimo de mano de obra, cuando las necesidades nacionales eran

exactamente las opuestas; la escasa productividad obtenible entonces con relación a la

capacidad instalada, los altos costos derivados, la nula competitividad resultante de todo un

esquema industrial incapaz de salir al exterior. Por otro lado, el proceso de sustitución

provocó, al exigir mayor cantidad de combustibles, materias primas y bienes de capital

(maquinarias, repuestos, etc.) inexistentes en el país, un aumento del grado de dependencia

por la cantidad de importaciones que no podían ser disminuidas. Esa demanda fue a nutrir

los mercados exteriores, promoviendo su desarrollo. Es lo que los economistas llaman

“exportación de dinamismo a los países dominantes”: la necesidad de bienes de capital,

que debería impulsar nuestro desarrollo, se traslada al exterior, acelerando el ajeno.

Para nosotros, en cambio, como esas compras fueron incrementándose, y como por los

productos del agro se obtenía cada vez menos divisas con qué pagarlas, el resultado fue un

creciente desequilibrio negativo en la balanza comercial de aquellos años.

Respecto al tema de cómo se realizó el proceso de capitalización del sector industrial, es

decir, de dónde vinieron los capitales que se invirtieron en la industria, deben destacarse –

en primer lugar– que los capitales fueron esencialmente nacionales y no extranjeros. En

cuanto al origen de los mismos –como se vio anteriormente– no hay unanimidad de criterios

entre los analistas económicos del período. En lo que sí hay acuerdo, es en destacar la

tendencia a la concentración del capital, lo que condujo a fenómenos de inversión excesiva

en algunas ramas industriales.

Esto conspiró contra una distribución más equilibrada de los capitales disponibles. Las

inversiones extranjeras directas en las industrias del país no alcanzaron niveles de importancia.

La crisis económica mundial de los años treinta, seguida por el estallido de la guerra,

redujeron la colocación de capitales del exterior. Las inversiones norteamericanas, pujantes

en el Uruguay desde las primeras décadas del siglo XX, enlentecieron su incidencia. A partir

de los cincuenta, cuando se aceleró nuevamente el proceso de inversiones, los primeros

signos del estancamiento del sector industrial desestimularon la colocación de capitales

extranjeros.

No obstante, debe destacarse la presencia en el país de filiales de empresas transnacionales

(*) como la General Electric (1943), Sudamtex (1945), Ciba (1945), I.B.M. (1954), y algunas

otras. Esta presencia no logró revertir el carácter básicamente nacional de la producción

industrial uruguaya.

(*) Transnacionales: empresas que producen y venden en varios países a la vez, no deteniéndose en las fronteras

nacionales para la realización de sus negocios; así, en un país aprovechan los bajos impuestos, en otro la baratura

de la mano de obra, en otro, los reducidos aranceles, etc. Cuentan con un único centro de decisión para sus

operaciones a nivel mundial, y actúan en diferentes ramas de la producción (plásticos, electrónica, etc.). De este

modo, las bajas de precio de un sector se compensan con alzas en otros, estabilizando y asegurando el nivel de

ganancias a largo plazo de la firma.

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3. EL PAPEL DEL ESTADO

3.1. Dirigismo económico

La restauración democrática supuso un nuevo impulso a la extensión de las funciones del

Estado. Como vimos, ni aún durante el terrismo se había replegado la función pública al

concepto liberal de “juez y gendarme”; más bien lo que se había hecho era incorporar en

los organismos oficiales a representantes de los grupos de presión.

Juan José de Amézaga había señalado al asumir la presidencia el 1° de marzo de 1943:

“Industria, trabajo y economía nacional representan intereses asociados y solidarios”. La

perspectiva de la finalización de la guerra hacía que se temiera la repetición de una

depresión como la de 1920, fruto del desnivel entre la baja de las exportaciones y la

afluencia de las importaciones, semiinterrumpidas a causa del conflicto bélico.

Esa coyuntura, entonces, hacía fundamental la intervención del Estado en la distribución

de los excedentes económicos. (**) Con el retorno del batllismo al gobierno –especialmente

a partir de agosto de 1947, cuando asumió la presidencia Luis Batlle Berres–, el “dirigismo

económico” y la intervención estatal a fin de hacer efectiva una política de “nivelación”

social, cobró un renovado impulso, como ya sabemos. Para ello, a través de diversos

mecanismos, el Estado debía encauzar los distintos sectores de la producción en una etapa

de crecimiento acelerado, donde la industria jugaba un papel de primer orden. (***) En

forma paralela, debía intervenir para evitar que el enriquecimiento quedara limitado a los

grupos ya poderosos, favoreciendo una distribución más igualitaria de los ingresos.

Los principales caminos adoptados fueron el contralor del comercio exterior y del tipo de

cambio, la defensa del valor de la moneda, el proteccionismo industrial y la política crediticia.

A través de ellos, el Estado conseguiría los recursos necesarios para desplegar una política

de redistribución del ingreso, o sea, repartir más equitativamente entre los diversos sectores

sociales la riqueza generada en el país.

A) Contralor del comercio exterior

En 1941, como vimos, se creó el Contralor de Exportaciones e Importaciones a fin de

regular los valores, destinos y procedencias de los productos que exportara o importara el

país, quedando en sus manos los dólares (divisas) que ese comercio producía. Además, se

encargaba de otorgar la moneda extranjera y los permisos previos para la importación. Al

comercializar las divisas a través de organismos oficiales, la diferencia entre el valor de la

compra y venta de las mismas, quedaba para el Estado. Por ejemplo, en agosto de 1947 el

Contralor de Cambios fijó en $ 1.52 lo que recibirían los exportadores por cada dólar

vendido al exterior (en carnes, lanas, etc.); y en $ 1.90 lo que se les cobraría a los

importadores por cada dólar de mercadería que importaran. La diferencia, 38 centésimos

por dólar, eran los recursos que el Estado podía aplicar a otros sectores de la economía. De

esta forma se podía transferir parte de los ingresos de los ganaderos (suya era la gran

mayoría de los productos exportados y de los dólares producidos por esa exportación), a la

industria y la agricultura, muy necesitados de importar combustibles, máquinas, materias

primas, fertilizantes, etc.

Además, se fijó el otorgamiento de cambios preferenciales, para incentivar ciertas

actividades específicas.

(**) Saldos favorables de los intercambios económico-financieros con otras naciones.

(***) Seguramente retomando ideas de su tío, José Batlle y Ordóñez, quien le atribuía a la industria las virtudes de crear

fuentes de trabajo para la mano de obra nacional, evitar el drenaje de oro por el pago de compras de artículos

industriales afuera y disminuir la dependencia del país del exterior.

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Esto significa que, además de la discriminación arancelaria (mayores impuestos aduaneros

a la introducción de productos competitivos, en la mayoría de los casos), se estableció un

sistema de tipos de cambio múltiples. Esto es, como se recordará, que la cantidad de pesos

que los importadores debían pagar para conseguir cada dólar que necesitaban para importar

un artículo, aumentaba o disminuía de acuerdo al juicio que el Contralor tenía sobre la

necesidad –o no– de ese artículo para el país. O, en el caso de los exportadores, subía o

bajaba la cantidad de pesos que recibían por cada dólar que les pagaban en el exterior por

sus productos.

Por ejemplo, en 1944, se estableció que las exportaciones no tradicionales recibieran el

tipo de cambio del mercado libre de divisas (que era más alto, puesto que no se regía por el

contralor estatal sino por la oferta y la demanda). En 1947, un decreto clasificaba las

importaciones en tres grupos según una escala creciente del valor fijado a las divisas:

—materias primas necesarias, bienes de consumo y de capital específicamente indicados;

—mercaderías que no se encontraban ni en la primera ni en la tercera categoría;

—artículos competitivos con las industrias domésticas y mercaderías suntuarias y de lujo.

En 1949 el sistema de tres tipos de cambio se aplicaba también a los productos exportados,

en función de la preferencia que quería adjudicársele a cada categoría.

Esta era una de las medidas que en mayor grado afectaba los intereses de la clase alta

rural. Y de allí la constante presión –haciendo valer el hecho de que el mayor contingente de

exportación provenía de la agropecuaria– para obtener mayor cantidad de moneda nacional

por cada divisa. Entre 1950 y 1952 se estableció cierta liberalización de las restricciones,

pero ello tuvo como consecuencia una disminución de las reservas monetarias del país.

Cuando ya comenzaba a perfilarse la crisis que se desataría en el trienio 1957-59, el

sistema de cambios múltiples se tornaría cada vez más complejo y casuístico, apoyándose a

unas empresas y no a otras, sin que quedara suficientemente claro si la elección correspondía

al mejor interés nacional. A modo de síntesis, repasemos los principales objetivos que se

perseguían con la aplicación del contralor cambiario: conseguir ingresos para el Estado

(derivados de la diferencia de valor entre las cotizaciones de compra y venta), influir en el

nivel de precios, favorecer aquellos sectores de la economía que se consideraban claves

para el desarrollo, y contribuir a sostener una balanza de pagos equilibrada, no gastando

más de lo que entraba, a través del control de las divisas.

B) Defensa del valor de la moneda

Directamente ligado a lo anterior, existía en la política gubernamental una preocupación

por evitar la devaluación del peso. Eran los ganaderos, como se ha dicho, el principal grupo

que presionaba por la baja del peso (o la suba del dólar, que es lo mismo) para obtener

mejores precios en moneda nacional por sus productos.

El régimen de cambios múltiples, que en realidad significaba devaluaciones por sector

(un precio del dólar en pesos para las exportaciones frigoríficas, otro para el trigo, etc.),

trataba de contemplar esa situación sin que los efectos de la devaluación se extendieran al

conjunto de la economía. Pero cuanto más pesos se le dieran al ganadero por cada dólar de

sus productos que vendiera al exterior, menos valdría el peso en relación al dólar. En los

hechos, sin embargo, el valor de la moneda se mantenía en función de las reservas de oro

y divisas que había acumulado el país en los momentos de auge de su comercio exterior (en

1950 se registró el monto más alto de las reservas en oro).

En el siguiente cuadro puede apreciarse la pérdida de reservas que se experimentó hacia

1955; el cambio de política económica que se operó a partir de 1959 no hizo sino acelerar

el proceso.

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Cuadro Nº 3 RESERVAS DE ORO Y DIVISAS

(en millones de dólares, corrientes, al 31 de diciembre de cada año)

Años Oro Divisas netas Total reservas

1946 199,6 93,5 293,1

1950 235,7 76,1 311,8

1955 215,6 -74,5 141,1

1960 179,6 -96,5 83,1

FUENTE: Tomado de MACADAR, REIG, SANTIAS, “Una economía latinoamericana” en Uruguay hoy.

Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.

Por la disminución de reservas para equilibrar la balanza de pagos (relación entre todas

las transacciones económicas que se hacen en un año entre el país y el extranjero), el tipo

de cambio oficial cada vez se alejaba más del cambio libre. En 1955, por ejemplo, el dólar

para importación se cotizaba a $ 1,96 mientras en el mercado libre era necesario pagar $

3,46. Tres años más tarde, el tipo oficial era de $ 3,01 y el libre $ 7,35.

C) El proteccionismo industrial

El batllismo en el poder, como sabemos, adjudicó un papel relevante a la industria en la

generación de la riqueza y en la defensa de trabajo nacional. La industria desarrollaba al

país, mejoraba el nivel de vida del trabajador uruguayo y fortalecía a las clases medias.

Esta función benefactora debía ser promovida y ampliada por una acción tuteladora del

Estado. El proteccionismo se convirtió en una de las estrategias preferidas para alcanzar los

objetivos anhelados. Los caminos utilizados (aparte de los ya estudiados de los cambios

preferenciales, control del comercio exterior, o el de la política crediticia que se verá más

adelante), fueron de diverso tenor:

—exenciones o disminuciones tributarias a la importación de maquinaria industrial o de

materias primas.

—exenciones o disminuciones tributarias a las industrias que ampliaran o modernizaran

sus equipos.

—restricciones y prohibiciones al ingreso de productos extranjeros.

—política de subsidios (a través de primas a la producción o, como se ha visto, por

mecanismos de cambios múltiples que permitían favorecer cierto tipo de exportaciones y/

o importaciones).

Esta última modalidad, la de las subvenciones, adquirió una notoria relevancia en el

período, mientras que las medidas de tipo impositivo disminuían su incidencia. Los cultivos

industriales, por ejemplo, girasol, lino, maní, algodón, recibieron el apoyo estatal a través

de una política de precios y compensaciones. El gobierno valoraba estas medidas destacando:

“Frente a las grandes conmociones económicas que viven casi todos los países, la política de

subsidios es vital y asegura el orden económico, la estabilidad y hasta la paz política de los

pueblos. La intervención del Estado, en una acción eficaz de policía de la economía, sea

provocando la producción o manteniendo valores o reduciendo costos ocasionalmente elevados,

es obra de estabilidad y, por tanto, es obra tranquilizadora”. Consideraban que así como el

establecimiento de una política proteccionista impulsada en el país en las primeras décadas

del siglo había significado un “paso revolucionario”, la política de subsidios era una segunda

etapa. Si en la primera se había formado la capacidad industrial, con la segunda se tonificaba

nuestra economía preparándola para competir en los mercados internacionales. Donde se

reveló con mayor nitidez la voluntad proteccionista del gobierno batllista, fue en el tema de

los tops, o sea, en la venta de la lana nacional lavada y peinada. Como se agregaba de este

modo al precio de la lana en bruto el valor del trabajo nacional, se defendió con firmeza el

derecho del país a su exportación sin barreras aduaneras discriminatorias. “[...] sería sin

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duda más conveniente para los intereses económicos del país vender la lana trabajada,

elaborada por nuestros obreros, que es una forma de vender el trabajo de ellos, a estar

vendiendo sólo el trabajo de las ovejas cuando producen sus magníficos vellones. Los

industriales europeos y también norteamericanos prefieren comprarnos la lana sucia para

darle ocasión a sus trabajadores de tener los medios y el campo donde trabajar para

provecho propio y del país en que viven [...] Si nosotros no sabemos defender nuestra

riqueza, nuestro derecho para alimentar nuestro trabajo, no vendrán otros pueblos a

enseñarnos y protegernos en este camino”. Esta política estatal de signo proteccionista fue

–como en otros momentos– duramente criticada por aquellos sectores partidarios del

mantenimiento de un modelo económico basado en las exportaciones de nuestra producción

primaria: carne y lanas. Sostenían que desviar energías para el fomento de las actividades

industriales, era forzar tendencias seculares de nuestra economía orientadas hacia la

explotación pecuaria. Estos grupos sociales –alta clase rural, barraqueros, etc.– se inquietaban

ante la posibilidad de represalias de los grandes centros en la compra de producción ganadera

uruguaya, y no querían pagar más caros artículos de producción nacional que consideraban

inferiores a los extranjeros. Además, tenían la indignada convicción de que era con las

divisas que ellos producían al vender sus productos agropecuarios, que se financiaban las

importaciones imprescindibles para el crecimiento de la industria.

Sin embargo, la existencia de coyunturas internacionales favorables –por lo menos hasta

los primeros años de la década del cincuenta– para la colocación de nuestros rubros

tradicionales, limó las aristas más agudas de ese enfrentamiento, al percibir los ganaderos

buenos precios a pesar de la “quita” que ellos sentían que se les aplicaba por medio del tipo

de cambio para exportación. La política proteccionista no logró los resultados fecundos que

se esperaban de ella. Se ha señalado, en primer término, que se realizó de forma

indiscriminada, pues fomentó el desarrollo industrial más en extensión que en profundidad.

Esa diversificación de energías conspiró contra el fortalecimiento real de ciertas ramas

productivas, que sólo nacieron por el calor artificial, desvaneciéndose cuando éste no se

pudo mantener. Se le ha reprochado también que no intervino en lo medular del proceso,

como por ejemplo, los aspectos tecnológicos. No se realizaron controles sobre el tipo de

maquinaria que se importaba, y ello provocó, como ya fue señalado, inadaptación de la

tecnología a la realidad uruguaya: grandes inversiones, falta de competitividad en el exterior.

En resumen, la protección estatal, orientada primordialmente a apuntalar el desarrollo

industrial, estimuló los ya existentes desequilibrios entre ese sector y el agrario, y su

imperfecta aplicación ahondó las dificultades de la economía nacional para crecer

armónicamente.

D) Política crediticia

Uno de los instrumentos más utilizados por el Estado para impulsar determinados sectores

de la producción fue la política crediticia. Ella consistía en brindar líneas de crédito con

bajas tasas de interés para estimular actividades consideradas de conveniencia nacional.

De allí que se notara un leve ascenso de los créditos para la agricultura y una fuerte para la

industria, en detrimento de los tradicionalmente otorgados a la ganadería.

En 1945, los créditos otorgados por el Banco de la República se distribuían porcentualmente

de la siguiente manera: 60.4% para actividades pecuarias, 19.7% para agricultura y 19.9%

para la industria. Diez años más tarde la relación se había invertido: 38.3% para ganadería,

21.6% para agricultura y 40.8% para actividades industriales.

El apoyo también se daba a aquellos sectores exportadores para los cuales esa era la

única forma de poder competir en el extranjero, o bien para paliar temporales caídas de

los precios internacionales.