miércoles, 30 de noviembre de 2011

el ascenso del nazismo

CAPITULO 11

Alemania de 1919 a 1939

El gran interrogante de estos años es: ¿cómo consiguió Hitler asegurarse el control de Alemania? Alemania fue el único país avanzado, tanto en su nivel de vida como en su nivel cultural, que cayó en manos de una irracional dictadura. La explicación más plausible esta en las fluctuaciones económicas del período transcurrido entre 1918 y 1933 y sus consecuencias políticas y sociales. Está claro que la oposición a la democracia sube y baja de acuerdo con la mayor o menor prosperidad.

Durante estos años dos graves desastres económicos se cernieron sobre Alemania: la desbocada inflación de 1923 y la depresión de 1930-1933. Las causas de la gran inflación se analizan en otro lugar. Hasta 1923 la inflación estuvo asociada a una cierta prosperidad. La masa de dinero en circulación creó un alto nivel de demanda y, en cuanto se hizo evidente que estaba en marcha una drástica inflación, los que tenían dinero se mostraron cada vez más deseosos de convertirlo rápidamente en bienes con un valor real. De esta manera se estimuló aún más la inversión y el consumo. La producción industrial aumentó rápidamente mientras el paro desaparecía. En 1922, el promedio de parados registrados era sólo de 77.000. En 1923, la ocupación francobelga del Ruhr, consecuencia ella misma en parte de la inflación, y la resistencia pasiva que la siguió, condujeron al aislamiento económico de la región del Ruhr. La financiación de la resistencia pasiva trajo como consecuencia el definitivo colapso del marco. Los estímulos económicos de la inflación cesaron cuando el marco cayó hasta perder todo su valor. Cuando se hizo evidente que el intercambio de mercancías por dinero implicaba casi con toda seguridad una pérdida para el vendedor, ya que el valor del dinero se esfumaba, las transacciones normales se hicieron difíciles o imposibles. Así, pues, la producción descendió en 1923 y el paro creció rápidamente. Por tanto, los años transcurridos hasta finales de 1922 supusieron un cierto beneficio para Alemania en general; 1923 fue un año muy distinto.

La inflación provoca una redistribución de la riqueza. Una violenta inflación provoca una violenta redistribución, con el correspondiente y violento sentimiento de injusticia que se experimenta conforme se ven defraudadas las expectativas. La inflación supuso un beneficio para los productores y, sobre todo, para los propietarios directos de los medios de producción y una pérdida para los que poseían bienes con un valor monetario fijo y para los que dependían de salarios fijos. Los asalariados mantuvieron su posición relativamente, con fuertes fluctuaciones en sus ingresos reales en la medida en que la inflación se aceleraba. Sin embargo, las frecuentes huelgas dirigían sus esfuerzos para mantener el nivel de sus salarios reales: en los años transcurridos entre 1919 y 1922 se perdió un promedio anual de 23 millones de jornadas laborales a causa de las huelgas. Aun así, hubo ocasiones en que los salarios quedaron muy a la zaga de los precios períodos de beneficios extraordinarios para los patronos y, excepto durante un corto período de tiempo en 1921, los salarios reales» permanecieron por debajo del nivel de 1913. Los trabajadores asalariados resultaron mucho más afectados. Por ejemplo, en 1922, los sueldos de los más altos funcionarios gubernamentales apenas rebasaron un tercio de su nivel real de 1913. Durante el período de inflación los pensionistas se vieron reducidos a condiciones de extrema miseria. Sobre todo aquellos que habían prestado dinero a interés fijo quedaron arruinados. Podían recuperar sus créditos en papel sin valor. En vez de hallarse en posesión de una renta segura, se encontraron con que no tenían sino papel inútil. La legislación de la «revaluación» de 1924 y 1925 no restituyó más que, como mucho, una cuarta parte de su valor original a dichos préstamos. Los prestamistas se arrumaron, los prestatarios se enriquecieron. Todo aquel que antes de la inflación o durante ésta fue capaz de conseguir en préstamo una suma fija de dinero y de convertirla en bienes sólidos no hizo de hecho sino apoderarse de los recursos de aquellos que le concedieron los réditos. Hasta cerca del final los bancos continuaron prestando minero a los hombres de negocios en unas condiciones que no tenían en cuenta los efectos de la inflación en todo su alcance. De esta manera, la inflación condujo a un auge de la inversión, algunas veces sin coste alguno para los propietarios. Los fabricantes dedicados a la exportación hicieron grandes beneficios ya que el descenso en la cotización internacional del marco fue un proceso más rápido que el aumento de los precios interiores alemanes. Junto con los exportadores, también hicieron grandes fortunas los simples especuladores, especialmente en el mercado internacional de divisas. Es cierto que algunas de esas fortunas demostraron su fragilidad cuando la inflación llegó a su fin; muchas de las inversiones productivas del período de inflación perdieron toda competitividad cuando retornó la normalidad, produciéndose entonces numerosísimas quiebras. Una vez más, el efecto general de la inflación fue transferir la riqueza de un sector de la pequeña burguesía cauto, prudente y ahorrativo, a los industriales, hombres de negocios, especuladores y aventureros[1].

A finales de 1923 se puso fin a la inflación con la creación del nuevo marco. Hasta 1926 siguió un difícil período de transición. El efecto inmediato de la estabilización fue poner fin a la ilimitada demanda de bienes del período de la inflación. Inmediatamente la actividad económica decayó sensiblemente y el paro aumentó, afectando a más de la cuarta parte de los trabajadores a finales de 1923. Sin embargo, una vez que se puso en vigor el plan Dawes, a mediados de 1924, renació la confianza internacional en el marco y los préstamos internacionales empezaron a afluir a Alemania, atraídos por los altos tipos de interés. Con el fin de la protección contra la competencia exterior que la inflación trajo consigo y con el nuevo rumbo de los intercambios exteriores, la industria alemana tuvo que enfrentarse a dos problemas. Uno, consistía en modificar el equilibrio de la producción industrial para hacer frente al modelo de posguerra de demanda interior y mundial, problema menos agudo en Alemania que en Inglaterra, pero importante en industrias como la de los astilleros y la del carbón. El otro era el resultado de la naturaleza de algunas de las inversiones del período de inflación, muchas de las cuales resultaron antieconómicas en condiciones competitivas normales. De aquí que los últimos años de la década de los veinte fuera un período de «racionalización», con un alto nivel de paro que alcanzó su punto culminante en 1926. Sin embargo, la producción industrial se incrementó después de 1926, en 1927 superó el nivel de la preguerra y continuó ascendiendo hasta principios de 1929. Las ganancias de los obreros aumentaron en cerca de un tercio entre 1925 y 1929.

En 1929 comenzó la depresión. El crecimiento económico de los últimos años de la década de los veinte estaba basado en los préstamos exteriores, sobre todo de los Estados Unidos. El boom de la bolsa en Nueva York hizo que disminuyera la afluencia de capitales en 1929 y que se produjera el fenómeno inverso a medida que el hundimiento se aproximaba. Así, los capitales se fueron de Alemania durante los años 1930-1931. El resultado fue que se redujo la inversión en Alemania y se crearon las condiciones para una crisis de gran envergadura en la balanza exterior de pagos. El marco se vio sometido a presiones. El gobierno respondió adoptando violentas medidas deflacionarias para mantener bajos los precios en el interior de Alemania y conservar la cotización de la divisa. Se excluyó la devaluación, imponiéndose un superávit presupuestario ante el temor de que la devaluación hiciera renacer la inflación. Bajo el gobierno Brüning, en 1930-1932, los sueldos de los funcionarios fueron reducidos en una quinta parte y se impuso una reducción salarial del 10 al 15%, mientras se aumentaron los impuestos y se redujeron los subsidios de paro. La demanda de productos industriales se vio por tanto reducida por la fuga de capitales, el descenso de la demanda de exportaciones resultante de la crisis económica a nivel mundial y la deliberada política gubernamental. La producción industrial descendió a cerca de un 58% de su nivel de 1928-1929. El paro afectó a seis millones o más de trabajadores: en julio de 1932 cerca de la mitad de todos los miembros de los sindicatos carecían de trabajo. Entretanto, la agricultura alemana se hallaba cercana al colapso. A pesar de los aranceles proteccionistas, los precios de los alimentos producidos en el interior de Alemania eran considerablemente reducidos. En 1930, los productos agrícolas alemanes se vendían a precios superiores en un 13% aproximadamente a los de 1913, mientras los precios de los bienes de consumo en general habían aumentado en un 60%. Los agricultores se hallaban de nuevo cargados de deudas pese a la aprobación de las antiguas deudas contraídas durante la inflación, y se veían en dificultades ante la exigencia de devolver los préstamos. Hacia 1932, la producción agrícola alemana fue vendida sólo al 65% del nivel alcanzado en 1928.

Estas violentas fluctuaciones y las penalidades que trajeron consigo habrían puesto a prueba la capacidad de supervivencia de cualquier gobierno, aunque se basara en una larga tradición y en el respeto de los ciudadanos. La república democrática de Weimar era nueva y no era respetada. Estaba asociada a un período de depresión cuyas desventuras le hacían acreedor de una desfavorable comparación con el confiado progreso de los años de antes de la guerra. Pero su endeblez era debida a algo más que esto. La derrota de Alemania en 1918 es el punto crucial. La república democrática fue la consecuencia de una revolución que había impuesto la desmembración de la Alemania guillermina y la abdicación del emperador. Esta revolución había sido provocada por la derrota, derrota que fue una sorpresa. Hasta los últimos meses de la guerra, sus organizadores profesaron una completa confianza en la victoria. En 1918 se impuso a Rusia una paz victoriosa, y se lanzó una ofensiva en Francia con éxito aparente. Cuando la derrota llegó, pareció que algo debía haber ido mal. Este «algo» presentaba un aspecto diferente para la izquierda y para la derecha alemanas. Para la izquierda, era evidente que el pueblo alemán había sido descarriado y engañado por militares irresponsables y sus aliados de las altas clases sociales; para la derecha, la impresión era que el ejército alemán no había sido derrotado en absoluto: la revolución era la que había provocado derrota, y no al revés. Para la izquierda, el pueblo alemán se había visto envuelto en sufrimientos y pérdidas de vidas humanas en una guerra conducida por unos embusteros sin escrúpulos.

Por tanto, si algo había de malo en la revolución de 1918-1919 era el no haber sido lo suficientemente revolucionaria. La influencia de las antiguas clases gobernantes, terratenientes, capitalistas y oficiales de carrera, no había sido desarraigada. En vez de destruir esta clase, los fundadores de la república habían pactado con ella. Este planteamiento explica la fuerza del Partido Comunista alemán durante el período de Weimar. Dicha fuerza se veía aumentada por la creencia de que aquélla era una república de hombres de negocios y para hombres de negocios y que ésta era la explicación del desastre económico. La derecha elaboró un esquema explicativo completamente diferente. Las penalidades de Alemania se debían a los extranjeros, a las iniquidades del tratado de Versalles, y, sobre todo, a las reparaciones de guerra. Esta opinión tenía cierta plausibilidad, especialmente en 1923. así pues, los que habían firmado este tratado y los que estaban dispuestos a respetarlo o a buscar la amistad de las potencias occidentales victoriosas eran unos traidores, cuya influyente posición no era sino el resultado de la revolución democrática. Todos los buenos alemanes debían ser nacionalistas y apoyar el resurgir del poderío alemán; no debían ser débiles, transigentes ni internacionalistas. La derrota había traído la miseria a Alemania; las consecuencias de la derrota no debían ser aceptadas pasivamente. Más aún, la derrota en sí era puesta en duda. ¿Es que el ejército alemán había sido acaso derrotado realmente? La respuesta era que no lo había sido, que había sido apuñalado por la espalda por demócratas, socialistas y pacifistas, todos ellos defensores de la democracia republicana. El colapso de 1918 fue un colapso a espaldas de los ejércitos, que lucharon victoriosamente hasta que la subversión civil minó sus fuerzas. Aquí seguía una prolija explicación. Los «criminales de noviembre» eran los culpables de la derrota de Alemania y de las consecuencias de ésta: la imposición a Alemania de penalidades sin fin por sus adversarios extranjeros. Esta hipótesis no fue en manera alguna una invención de Hitler, aunque él fue quien más claramente la expuso; era familiar entre los miembros de la derecha alemana desde los comienzos de la república de Weimar.

Los únicos partidarios sinceros de la república democrática eran los socialdemócratas junto con un puñado de intelectuales burgueses que formaban el Partido Democrático Alemán (DDP). El Partido Socialdemócrata (SPD) creció antes de la guerra hasta convertirse en el más importante: en 1912, había conseguido el 35% de los votos del Reichstag. En este proceso de crecimiento, el SPD había pasado de ser un grupo revolucionario a convertirse en una institución reformista que proyectaba conseguir el cambio social ganando votos pacíficamente en vez de utilizar la agitación y la violencia. En 1914 el SPD votó en favor de la guerra y aceptó la tregua política mientras ésta durase. Sus dirigentes empezaron a ser tratados como asociados del gobierno imperial cuando menos. Sin embargo, la oposición a la guerra creció en importancia dentro del partido, lo que condujo en 1917 a la expulsión de sus elementos de izquierda y a la formación de un Partido Socialdemócrata independiente (USPD). El SPD participó en gobierno del príncipe Max de Badén de octubre de 1918, establecido a petición del alto mando del ejército para conseguir armisticio. En noviembre, la revolución, propagándose a partir del1 amotinamiento de la Marina, estalló en las ciudades. El 9 de noviembre, las masas de obreros marcharon hacia el centro de Berlín. En respuesta, el SPD se apoderó del gobierno y proclamó la república. Los dirigentes del partido, Ebert y Scheidermann, no habían sido los autores de esta revolución. Por el contrario, trataron de que ésta no fuera demasiado lejos. Al día siguiente Ebert consiguió el apoyo del alto mando del ejército para resistir al «bolchevismo». Esta limitación de la revolución no fue bien recibida por la izquierda del USPD, especialmente por el sector que se escindió en diciembre para formar el Partido Comunista alemán (KPD). Durante los dos meses siguientes, el gobierno se dedicó a restaurar el orden con ayuda del ejército. Este último contaba a cambio con que se le permitiera sobrevivir, es decir, perpetuar el antiguo ejército, con los mismos prejuicios sociales y políticos. Sería difícil saber quién sacó mayor partido de la negociación; prácticamente, el ejército regular no era susceptible de ser utilizado en los disturbios populares, dada la actitud de las tropas, y Ebert renunció a toda posibilidad de crear una fuerza militar en la que la república pudiera confiar. Pero, en cambio, los oficiales del ejército organizaron los Freikorps de voluntarios, especialmente excombatientes, la mayor parte de los cuales se mostraban decididamente hostiles al socialismo, que aplastaron la revolución radical en la primavera de 1919. El alto mando sabía lo que estaba haciendo; necesitaba la panilla Socialdemócrata para protegerse de la hostilidad de la clase obrera mientras se reconstruía un ejército.

El tratado de Versalles estableció que el ejército habría de componerse de soldados que servirían durante un largo período de tiempo, limitándose a 100.000 el número de sus miembros. El resultado fue el nuevo Reichswehr, que se convirtió en un cuerpo elitista. Sus organizadores se consagraron a la tarea de conseguir oficiales y hombres capaces, pero hombres, y más aún oficiales, cuidadosamente escogidos entre aquellos elementos de la sociedad que proporcionaran un material «idóneo». Así pues, los oficiales fueron reclutados entre las clases altas y la clase de tropa entre hombres apolíticos. En consecuencia, el ejército reflejaba sus prejuicios sociales y políticos. El principal creador del Reichswehr, el general von Seeckt, calificaba al Parlamento como «el cáncer de nuestra época». Luchó para crear un ejército que se mantuviera al margen de los partidos, incluso «por encima» de ellos. Lo que esto parecía implicar era que el ejército habría de actuar en apoyo de los intereses «nacionales», interpretados por el propio ejército, en vez de ponerse a las órdenes de políticos «no nacionales». Seeckt tuvo la impertinencia de decir a Stresemann en 1923, «señor Canciller, el Reichswehr marchará a su lado si usted sigue la vía alemana»[2].

...................................................................................................................................................................

A fin 1923, año de la gran inflación y de la ocupación del Ruhr, se llegó al momento culminante de los primeros años de lucha republicana. Parecían inminentes la guerra civil y la disolución el Reich alemán. Varios grupos amenazaban con la revuelta: separatistas de Renania, una amalgama de fuerzas por la derecha y los comunistas por la izquierda. El Reichswehr y la socialdemocracia se enfrentaron con los comunistas; los separatistas fracasaron al no encontrar apoyo en sus propias zonas; la derecha fracasó igualmente debido a sus disensiones internas. En Moscú, el Komintern, ante la miseria y desesperación de la Alemania de 1923, llegó a la conclusión de que debía iniciarse la revolución proletaria. Sería posible unir a la clase trabajadora bajo la dirección de los comunistas. (Existía una base en la Alemania central, en Sajonia y en Turingia, donde los gobiernos socialdemócratas estaban colaborando con los comunistas locales para crear bandas armadas que establecieran un centro de resistencia frente a cualquier violencia reaccionaria. En octubre, los comunistas consiguieron participar en el gobierno de estos Estados.) La intención fue proclamada abiertamente. El periódico del KPD publicó el 10 de octubre una carta firmada por J. Stalin que comenzaba así: «La revolución que se aproxima en Alemania es el acontecimiento mundial más importante de nuestro tiempo.» El 14 de octubre, la Zentrale del KPD pidió a los trabajadores que se prepararan para «una batalla que establecería un gobierno de todo el pueblo trabajador en el Reich y en el exterior». El gobierno, comprensiblemente, actuó en primer lugar. Podía contar con el completo apoyo del ejército contra tales manifestaciones izquierdistas. El comandante del Reichswehr en Sajonia recibió instrucciones para pedir la total cooperación del gobierno sajón. El 21 de octubre, refuerzos del Reichswehr se dirigieron hacia Sajonia. Los socialdemócratas se negaron a unirse al KPD en la resistencia, y a finales de mes, el presidente, el socialdemócrata Ebert, invocando la situación de emergencia prevista en el artículo 48 de la Constitución, suspendió en sus funciones al gobierno del Estado sajón, sustituyéndole por un Reichskommissar. En Turingia se siguió un proceso similar. Todo esto se desarrolló de forma completamente pacífica. La revolución comunista se redujo a un abortado alzamiento en Hamburgo durante los días 23 a 25 de octubre. Una vez más las masas trabajadoras no dieron su apoyo y el alzamiento fue reprimido por la policía, unidades navales e incluso algunas formaciones del SPD, con algún derramamiento de sangre[3].

.................................................................................................................................................................

RESULTADO DE LAS ELECCIONES AL «REICHSTAG» DE 1924 A 1932

(en miles de votos)[4]

Fecha de la elección

4-5-24

7-12-24

20-5-28

14-9-30

31-7-32

6-11-32

Individuos con derecho al voto

38.375

38.987

41.224

42.958

44.211

44.374

Abstenciones y votos nulos

9.093

8.697

10.470

7.987

7.329

8.903

Partidos:

NSDAP

1.918

907

810

6.383

13.769

11.737

DNVP

5.697

6.206

4.382

2.458

2.177

2.959

Agrarios y otros partidos de derechas de menor importancia

666

545

1.025

2.373

552

510

DVP

2.728

3.049

2.680

1.578

436

661

Partido económico

530

639

1.388

1.362

147

110

Partido estatal del centro

1.665

1.920

1.479

1.322

372

336

DDPI y BVP

4.861

5.226

4.658

5.187

5.782

5.325

SPD

6.009

7.881

9.153

8.578

7.960

7.248

USPD

235

99

KPD

3.693

2.709

3.265

4.592

5.283

5.980

Partidos regionales y grupos

Minoritarios

608

708

956

683

219

353

Grupos escindidos

662

401

958

455

185

252

De esta manera la república conservó su unidad en 1924, tras años de sufrimientos y muertes, algunas de las cuales constituyeron asesinatos deliberados llevados a cabo por organizaciones o individuos nacionalistas. Erzberger fue asesinado en 1921 y Ratheneau en 1922, acusados ambos de la «traición» que suponía cualquier tipo de negociación con los países occidentales. Entre 1918 y 1922 tuvieron lugar no menos de 354 asesinatos de individuos menos importantes[5]. Después de 1924, la república evolucionó hacia un período de consolidación y de creciente estabique comenzó a desmoronarse después de 1929, evolución estrechamente ligada al rumbo que tomaba la economía. El proceso se ilustra en parte por el resultado de las elecciones al Reichastag.

El rasgo que más llama la atención durante los años 1924-1928 es la fuerza cada vez mayor de los socialdemócratas, los más defensores de la democracia republicana, y la creciente la de importancia de los nazis. En la derecha conservadora, Partido Nacionalista Popular Alemán (DNVP) languideció entre finales de 1924 y 1928. Este era el partido de la más pura reacción el partido de los terratenientes y los campesinos que dependían de ellos y de algunos elementos del mundo de las altas finanzas; el partido que por encima de todo anhelaba un retorno a las condiciones de antes de 1914 y la dominación política de una élite social. Estaba apoyado por unos votantes que miraban hacia las alturas con respeto en vez de intentar conseguir la igualdad y mejores oportunidades. Aún más significativa, como síntoma de la aceptación de la república, fue la tendencia de por lo menos un sector de este partido a aceptar el régimen republicano. Esto fue en gran medida la obra del más grande estadista alemán de estos años, Stresemann, que demostró cómo la fuerza, la prosperidad y el prestigio alemanes podían ser reconstruidos dentro del marco republicano. Muchos nacionalistas no eran capaces de entender las sutilezas de su política; algunos sí lo eran, actuando con realismo al comprender que la industria alemana sustentaba la política de prosperidad de Stresemann. El plan Dawes de 1924 requería que una enmienda constitucional autorizase la adopción de las medidas previstas en dicho plan en orden a la utilización de los ferrocarriles alemanes para que pudieran ser ofrecidos como garantía. Cincuenta y dos diputados del DNVP votaron en contra de esta medida en el Reichstag, pero 48 lo hicieron a favor. En enero de 1925 cuatro nacionalistas entraron en el gobierno formado por Luther, después de prometer su adhesión a la república y a la política exterior de Stresemann. Siguieron en sus puestos hasta octubre de 1925, fecha en que su partido, al no compartir la identificación de éstos con los logros de Stresemann en Locarno, les obligó a que se retirasen. Sin embargo, en enero de 1927 los nacionalistas volvieron una vez más a formar parte del gobierno, durante el cuarto gabinete de Marx, esta vez después de una aceptación explícita de los acuerdos de Locarno, permaneciendo en el gobierno hasta que la coalición se deshizo en la primavera de 1928. La república quedó aún más reforzada con la elección del mariscal de campo von Hindenburg como presidente de la república en 1925. Esta estaba muy lejos de ser la intención de quienes le seguían, pero la presencia a la cabeza de la república de esta prestigiosa reliquia de las glorias monárquicas, el salvador de la Prusia oriental de 1914, provocaría una concentración de las fuerzas de la derecha al lado de la república, especialmente entre lo elementos del Reichwehr. Hindenburg tenía un acendrado sentido del deber, y mientras éste le dictó que debía apoyar la Constitución, así lo hizo. El gobierno sólo fue capaz de desembarazarse de Seeckt en 1926 gracias a la presencia de Hindenburg. Desgraciadamente, mando Hindenburg empezó a preguntarse en qué consistía su deber, lo que ocurrió después de 1930, su debilidad temperamental y su indecisión, junto con sus prejuicios de hombre de derechas le convirtieron en presa propicia para los conspiradores antirrepublicanos[6].

El hombre de más talla entre todos los que apoyaban la república democrática era Stresemann. Era el miembro más destacado del Partido Alemán del Pueblo (DVP), sucesor del antiguo Partido Liberal Nacional. Este había sido siempre más «nacional» que «liberal», y Stresemann no constituía una excepción entre sus miembros. En 1920 aceptó el putsch de Kapp. Sin embargo, a su muerte, en 1929, él era el pilar fundamental de la Constitución. Sin duda ello era en parte debido al poder que la república puso en sus manos, en parte a que muchos antirrepublicanos no consiguieron entender su política exterior, y también en parte porque más probable que una Alemania republicana y democrática lograse sus objetivos por los métodos a que aspiraba su política exterior. Stresemann, con sus solos medios, se las arregló para su partido, que era de derechas y fundamentalmente no republicano, pudiera ser considerado hasta su muerte un partido republicano. Esto tenía su importancia, ya que éste era el partido del comercio y la industria. Su influencia superaba a su fuerza electoral, debida en gran medida a un sector de la clase media identificaba sus propios intereses con los del éxito capitalista, sin embargo, tras la muerte de Stresemann el partido volvió cada vez más hacia un antirrepublicanismo de matiz derechista[7]. Es difícil hacer generalizaciones acerca del Partido del Centro aliado a nivel del Reich, el Partido Bávaro del Pueblo. Este partido se basaba simplemente en el catolicismo romano. Su composición social variaba en las diferentes regiones. Contaba con su propia izquierda y su propia derecha. Su propósito fundamental era luchar por la Iglesia. Esto, desde la época de Bismarck, equivalía a cooperar con los gobiernos a cambio de determinadas concesiones. El centro continuó siguiendo esta táctica durante la época de Weimar, siendo un partido que trataba de estar al lado del gobierno en vez de enfrentarse a él. De hecho, el centro estuvo representado en todos los gobiernos del Reich desde 1919 a mayo de 1932. En Prusia el centro gobernaba en coalición con los socialdemócratas. De esta manera el Partido del Centro se encontró con que su postura en el régimen republicano era mucho más fuerte de lo que lo había sido en la Alemania imperial, sintiéndose satisfecho de colaborar con aquél. La coalición prusiana suponía la anulación de los temores a la socialdemocracia y provocó el deseo del Partido del Reichstag de impedir allí ningún conflicto violento con el SPD. sin embargo, no se podía contar con el centro para luchar hasta el fin en defensa de la democracia: en último caso intentaría negociar con la fuerza que fuera dominante.

El Partido Económico, el otro partido no socialista de cierta importancia, constituía un grupo de presión de los pequeños comerciantes. En cuanto a sus dirigentes, defenderían la Constitución mientras ésta durase, y en cuanto sus electores, la abandonarían cuando hubiera probabilidades de que fracasara.

Así pues, la democracia republicana pareció desarrollarse en un clima de mayor seguridad durante los últimos años de la década de los veinte. El DNVP dio el primer paso atrás. Después de las pérdidas que sufrió en las elecciones de 1928, algunos de sus dirigentes llegaron a la conclusión de que lo que se necesitaba era una violenta oposición al sistema, en vez de una colaboración con él. Hugenberg era el principal portavoz de este punto de vista. Fue elegido presidente del partido en octubre de 1928. Era un hombre ambicioso y sumamente rico que había sacado buen provecho de la inflación. Controlaba una cadena de periódicos y una empresa cinematográfica. La dificultad a la que Hugenberg se enfrentaba era que tanto él como su partido eran demasiado abiertamente elitistas y plutocráticos para obtener un fuerte apoyo de las masas: necesitaban un demagogo. Ahora bien, había un hábil demagogo disponible quien, a su vez, necesitaba apoyo financiero. Hitler y Hugenberg entraron en contacto y, en septiembre de 1929, lanzaron un ataque conjunto contra el plan Young para el pago de las reparaciones. Ambos elaboraron una «ley contra la esclavización del pueblo alemán», para ser sometida a un plebiscito. En ella se negaba la culpabilidad de Alemania en la guerra, y se pedía el fin de las reparaciones y el castigo de los traidores de la administración del Reich si ésta aceptaba el plan Young. Esta maniobra no obtuvo un gran éxito, y la «ley para la libertad» fracasó; como protesta por las maniobras de Hugenberg, doce diputados del DNVP dimitieron y el conde Westarp renunció a la dirección del partido en el Reichstag. Hugenberg ganó poco; Hitler, en cambio, ganó mucho. Los recursos financieros y publicitarios con que Hugenberg contaba permitieron a Hitler aparecer como una figura nacional en compañía «respetable». Desde octubre de 1929 en adelante, los nazis comenzaron a ganar votos en las elecciones estatales[8].

Esto fue el preludio de los grandes triunfos electorales de los nazis en 1930-1932, lo cual convertiría al nacionalsocialismo en el principal problema de la política alemana. En septiembre de 1930. éste pasó a ser el segundo partido del Reichstag y en julio de 1932 el más importante. ¿Por qué? Simple cuestión de cifras; de 37 millones de votantes, los nazis obtuvieron 13 millones de votos en julio de 1932. De las cifras expresadas se deduce claramente que los votos nazis provenían esencialmente de dos fuentes, los partidos no socialistas y los nuevos volantes. En comparación con las elecciones de 1928 los partidos que no eran de izquierdas y los partidos católicos (Centro y BVP) perdieron cerca de ocho millones de votos en julio de 1932; además, en estas elecciones votaban por primera vez seis millones de personas, la mitad de las cuales eran personas que no se habían molestado en votar en 1928, y la otra mitad nuevos electores, es decir, jóvenes. En términos generales, los partidos de izquierdas conservaron su número de votos, aunque una parte considerable de los del spb pasaron a los comunistas. (En las numerosas elecciones de 1932, se produjo también un cierto trasvase de votos del partido comunista al nazi, y viceversa, ya que era a estos dos partidos a los que recurrían fundamentalmente los descontentos.) Los partidos católicos eran inamovibles. Los partidos que perdieron los votos que fueron a parar a los nazis fueron aquellos cuyos electores (no necesariamente sus dirigentes) provenían de la pequeña burguesía en las ciudades y de la clase media, granjeros y campesinos en el campo. El apoyo rural al nazismo fue importante: en julio de 1932 los seis distritos electorales (de un total de 35) que dieron un porcentaje más elevado de votos nazis contaban con un elevado promedio de habitantes que dependían de la agricultura[9].

Ciertamente el único distrito electoral que presentó una abrumadora mayoría electoral nazi (antes de que Hitler se convirtiera en canciller) fue SchIeswig-Holstein, una región esencialmente rural. Se han extraído nteresantes conclusiones del análisis del recuento electoral y de la estructura social de este distrito. En este caso el principal apoyo a los nazis provenía de las zonas en las que predominaban los pequeños propietarios y granjeros y en las que, en gran medida, no llegaba a existir una tajante división de clase entre ricos propietarios y granjeros de una parte, y trabajadores asalariados de otra. Donde se daba esta división, los ricos tendían a permanecer fieles a los antiguos partidos conservadores, mientras los trabajadores votaban por los partidos «marxistas». Los nazis parece que tuvieron mas éxito entre los partidarios de la defensa de la propiedad privada dentro de una comunidad sin clases, socialmente unificada. Sobre todo los pequeños granjeros y propietarios agrícolas tuvieron que enfrentarse a la ruina cuando los precios agrícolas se hundieron a finales de los veinte, época en la que se produjo una contracción en los créditos. Las ventas de ganado o de pequeñas propiedades bajo la presión de los acreedores o los recaudadores de impuestos eran usuales después de 1928. Los nazis expresaban su hostilidad hacia los grandes bancos y el «capitalismo financiero judeo-inter-nacional», nebulosa pero conveniente víctima propiciatoria para explicar todos los males. Prometían facilidades de crédito, tipos de interés más bajos, aranceles mas altos, y menos impuestos, e insistían en que los agricultores constituirían en el III Reich una clase privilegiada[10].

Está claro que la crisis económica tuvo una importancia crucial. En las zonas urbanas su impacto fue mayor sobre las masas de los parados pertenecientes a la clase trabajadora. La clase media alemana también sufrió. El paro no se limitó a los trabajadores industriales, sino que se extendió a los empleados que se negaban a identificarse con el proletariado y el SPD. La caída de la demanda afectó a tenderos, artesanos y pequeños comerciantes. Su posición era extraordinariamente delicada, ya que las grandes inflaciones habían destruido los ahorros. La política deflacionaria gubernamental condujo a una contracción del crédito que hizo aún más vulnerables los pequeños negocios. Consiguientemente los miembros de la mencionada clase quedaron enfrentados no solamente al peligro de perder las comodidades de que disfrutaban, sino al temor de que su status quedara reducido; lo temible era quedar reducido al rango de la clase obrera. Al mismo tiempo, este tipo de individuos se hallaba resentido con los socialistas y atemorizado frente a los comunistas. Existía la vaga creencia de que los socialistas eran responsables del incremento de los impuestos y de la contribución a la seguridad social, que los pequeños patronos habían de pagar sin perspectiva alguna de beneficio para ellos. Los intentos sindicales de mantener los niveles salariales obtenían una repulsa superior a la normal, en un momento en que la presión sobre los beneficios alcanzaba su punto álgido. El incremento de los votos del KPD era observado con alarma; se pensaba que los comunistas proletarizarían a la pequeña burguesía con. mayor eficacia aún que la depresión. El vago anticapitalismo que profesaban los nazis ofrecía perspectivas más risueñas. Se acabaría con «la esclavitud de los intereses» y de alguna manera el crédito se convertiría en algo más fácil de obtener. Se lucharía con los grandes almacenes, terror de los pequeños tenderos. Los aspectos más dañinos de la competencia serían suprimidos sin necesidad de un control estatal de tipo socialista: los nazis hablaban del desarrollo de un corporativismo gremial e insistían en la belleza e importancia del artesanado, lo que era atractivo para los pequeños empresarios.

En cuanto a la amenaza constituida por los «marxistas», los nazis dejaban bien sentado que la eliminarían. Sin embargo, los burgueses de tierno corazón no tenían por qué temer que un ataque a los socialistas y comunistas fuera un ataque a los obréis. Por el contrario, los nazis proclamaban su decisión de poner fin al paro y conseguir el bienestar de los obreros en una sociedad libre de los engaños «marxistas». No se debe pasar por alto el elemento idealista existente en el apoyo concedido a los nazis. Proponían una sociedad de cooperación y armonía en oposición a otra en la que predominaban los conflictos de clases y el egoísmo individual. La oferta de ventajas materiales iba acompañada de exhortaciones al sacrificio y al sentido del deber. Alemania alcanzaría así la salud física y espiritual. En el llamamiento nazi había un fuerte elemento de tipo «boy scout». Las mezquinas disputas de los políticos de partido serían superadas en un todo mas grande.

Los nazis ofrecían por encima de todo vigor y acción. Pelearían, lucharían, traerían algo nuevo y diferente. Sus enérgicas y continuas campañas políticas estaban dirigidas a dar esta impresión. El gobierno de Brüning no podía contrarrestarla. (Brüning fue canciller entre 1930 y 1932.) El propio Heinrich Brüning era frío y carente de atractivos, sin carisma para las masas. La situación política le hacía depender en la práctica del visto bueno del SPD, pero, al mismo tiempo, no le permitía proclamar esta dependencia o colaborar con el SPD para presentar un programa de acción conjunta. Entre los enemigos de los nazis, los partidos no nazis luchaban de manera dispersa. Ninguno de ellos podía esperar formar un gobierno parlamentario por sí solo y este hecho hizo que sus propósitos parecieran inconsistentes. El SPD se vio obligado a mantener una postura defensiva y sumamente conservadora, aunque a diferencia del Partido Laborista británico, con quien tenía grandes similitudes, insistía en un marxismo teóricamente revolucionario en su doctrina.

Había además un nacionalismo nazi, eficazmente ligado a una serie de denuncias del «sistema». El referéndum para la aprobación del plan Young de 1929 permitió a Hitler difundir el argumento de que el plan impuesto por los extranjeros acarrearía a Alemania múltiples sufrimientos; lo cierto es que estos sufrimientos se habían materializado. Hitler proclamó que la aceptación del plan por el gobierno constituía una dócil aceptación del dictado extranjero. Esta idea estaba muy difundida durante la depresión; por ejemplo, en 1931 se mantuvo la asombrosa teoría de que la devaluación británica era un deliberado artificio para arruinar a Alemania, y en 1932 el gobierno tuvo que desmentir públicamente que la supresión de las SA nazis fuera una imposición francesa. La dedicación de Brüning a la política exterior fortaleció la creencia de que las miserias de Alemania venían impuestas desde el extranjero, y la oposición francesa al proyecto de unión aduanera austroalemana, la moratoria de Hoover y la conferencia de Lausana lo confirmaron. Alemania debía despertar de su letargo, desprenderse de sus grilletes y luchar por la libertad.

Por consiguiente, los votos nazis pueden ser explicados, si bien las explicaciones no son completamente convincentes. Muchos de los votantes nazis, tal vez la mayoría de ellos, eran gentes razonables y respetables. El Partido Nazi no era ni razonable ni respetable y este hecho era evidente en 1932. Se proclamaba abiertamente el antisemitismo, que iba mucho más lejos de la vehemencia que el anticapitalismo pudiera inspirar, aunque no llegó a sugerirse la exterminación de los judíos. Se predicaba y se practicaba abiertamente la brutalidad y la violencia. Hitler exclamó en el juicio de tres oficiales nazis del Reichswehr en septiembre de 1930: «Puedo asegurarles que cuando la lucha del movimiento nazi conozca la victoria existirá también un tribunal de justicia nazi, la revolución de noviembre de 1918 será vengada. y rodarán las cabezas.» Un asesino, Edmund Heines, aparecía en la plataforma del partido[11]. Las SA incluían entre sus miembros a elementos visiblemente desacreditados, y provocaban luchas callejeras. Solamente en Prusia se produjeron, en junio y julio de 1932, 461 desórdenes políticos, en los cuales resultaron muertas 82 personas y 400 aproximadamente gravemente heridas[12]. El apoyo masivo a la causa nazi sólo puede ser interpretado como un lamentable síntoma de la funesta manera en la que pueden comportarse unos seres humanos atemorizados. Una importante contribución a este desvarío la constituyó la conducta que la derecha alemana, respetable y conservadora, observó hacia la república, especialmente el sector del DNVP que cayó bajo la influencia de Hugenberg y, sobre todo, la violencia de las diatribas que aparecían repetidamente en la prensa de éste. De esta manera, la idea de la violencia como un arma legítima contra la democracia fue defendida durante años y años por muchos de los dirigentes naturales de la opinión pública alemana.

Durante los años 1930-1933 los gobiernos no sólo tuvieron que enfrentarse a los millones de votos nazis y a una falange dediputados del mismo partido en el Reichstag. Los nazis declararon que eran revolucionarios. Aunque Hitler y la dirección del partido insistían en que llegarían al poder por medios legales, era razonable suponer que los nazis podían intentar hacerse con el poder por la fuerza si no podían hacerlo de otra manera. En este sentido, las SA constituían un arma para los nazis. Su fuerza durante estos años parece haber alcanzado los 400.000 hombres. Era una fuerza organizada al estilo militar, provista de un uniforme con camisas pardas pero principalmente destinada a Ja lucha callejera y a los alborotos políticos. No contaban con una preparación militar seria y su armamento no era de gran importancia excepto en algunas zonas cercanas a la frontera oriental. Sin embargo, constituían una fuerza que los gobiernos habían de tener en cuenta.

Existían dos métodos para tratar con los nazis; intentar ganárselos haciéndoles tomar parte, de alguna manera, en las responsabilidades gubernamentales o tratar de mantenerlos fuera del gobierno resistiendo cualquier intento por su parte de desafiar esta exclusión. El último gobierno que intentó la última alternativa con alguna consistencia fue el presidido por Brüning, canciller entre 1930 y 1932. Su nombramiento fue una de las más tempranas consecuencias de la gran depresión. Desde 1928 hasta la primavera de 1930 Alemania estuvo gobernada por un gabinete presidido por Müller, un socialdemócrata, que se basaba en una mayoría compuesta por los miembros de la llamada «gran coalición» que incluía a los socialdemócratas (SPD), demócratas (ddp), Partido del Centro, el Partido Bávaro Popular (BVP) y el Partido Alemán del Pueblo (DVP). Este gobierno cayó debido a los desacuerdos surgidos entre el DVP y el SPD acerca del método correcto de tratar el problema del creciente paro. En términos generales el DVP deseaba reducir los subsidios de paro y recaudar las sumas crecientes que, en todo caso, hubiera que invertir en concepto de tales subsidios por medio de impuestos o contribuciones que no perjudicasen a los contribuyentes adinerados ni a los empresarios. El SPD, y sobre todo sus elementos sindicales, querían evitar que se impusiera a los parados una miseria aún mayor o que el sistema fiscal afectase duramente, de modo desproporcionado, a las clases más humildes. No se consiguió llegar a un arreglo satisfactorio para ambas partes y el gobierno de Müller dimitió en marzo de 1930.

...........................................................................................................................................................

El resultado fue la estabilización del régimen de Hitler. A partir de entonces, el ejército y la derecha conservadora aceptaron el dominio de Hitler y, por criminales que fueran las medidas llevadas a cabo por los nazis, hicieron como que no las veían; Hitler proscribió la revolución social y permitió al ejército cierto grado de independencia dentro de su ámbito de acción. Pese a ciertas dudas por parte del ejército y de los conservadores, y pese también a algunas intromisiones del partido, esta alianza se mantuvo hasta julio de 1944 y, para algunos de los que participaron en ella, hasta el final. Así pues, el ejército combatió, conquistó y dejó las manos libres a las SS, mientras se mantenía al margen; al mismo tiempo, hombres como Papen, Neurath y Schwerin-Krosigk sirvieron a Hitler hasta los últimos días de la Alemania nazi.

El apoyo masivo a la dominación hitleriana se mantuvo y se amplió por diversos medios. Los años posteriores a 1933 fueron años de resurgimiento y expansión económicos. Sobre todo desapareció el paro. El promedio de parados registrados era en 1932 de unos 5,5 millones, mientras que en 1938 era de menos de medio millón. En primer lugar, eso se consiguió ampliando la política, inicialmente aplicada por los gobiernos de Papen y Schleicher, de concesión de créditos a los hombres de negocios mediante certificados de exenciones fiscales, sobre todo a los industriales dispuestos a admitir mano de obra adicional. Los nazis aumentaron el gasto público para realizar importantes obras públicas, especialmente carreteras. El gobierno invirtió grandes sumas de dinero en el rearme, sobre todo después de 1936 y, aún más, a partir de finales de 1937. El resultado fue un desarrollo económico sostenido, que primero alcanzó el nivel de los años anteriores a la depresión y después lo superó. Se contuvo el consumo privado mediante el mantenimiento del alto nivel impositivo de la época de la depresión. Se controlaron los precios, mientras los salarios, fijados por comisarios nombrados por el gobierno en vez de por la negociación entre sindicatos y patronos, fueron congelados. El pleno empleo y el nivel relativamente alto de los precios en el interior de Alemania (no se devaluó el marco para evitar que se desencadenase el pánico ante la posibilidad de una nueva inflación) hicieron descender las exportaciones y estimularon las importaciones. Este proceso se vio frenado por cuidadosas medidas para controlar las divisas y restringir las importaciones. Junto con el control de divisas se tomó una serie de medidas dirigidas a desarrollar el comercio bilateral. Estas tuvieron un éxito notable en Europa sudoriental y en algunos países de América Latina. Alemania compraba alimentos y materias primas a unos precios superiores a los del mercado mundial y pagaba en marcos bloqueados que sólo podían ser usados para comprar en Alemania; gracias a esto, la hegemonía económica alemana quedó pacíficamente implantada en el sudeste europeo. A principios de 1939, más de la mitad de las exportaciones de Bulgaria, Yugoslavia y Hungría y más de un tercio de las de Grecia, Turquía y Rumania, afluyeron a la poderosa Alemania. Dentro de estas coordenadas, el nivel de vida en Alemania llegó a alcanzar el del año 1928, que tan próspero había sido, a la vez que el gobierno pudo aumentar el gasto dedicado a armamento de 4.000 millones de marcos en 1933-1935 a 8.000 millones de marcos en abril de 1937-abril de 1938. De este modo, el rearme pudo combinarse con un alto nivel de vida y de seguridad en el empleo para el pueblo alemán; sin duda, el nivel de vida podía haber sido más elevado si el Estado hubiera utilizado una proporción mas reducida de los recursos nacionales, pero, en cualquier caso, la mayoría de los alemanes estaban razonablemente satisfechos.

La situación económica se hizo tirante en 1938. Los gastos ocasionados por el rearme alcanzaron la cifra de 18.000 millones de marcos. Se produjo una situación inflacionaria que los controles de precios y salarios reprimieron en parte, pero que la escasez de mano de obra, tanto en la agricultura como en la industria, ponía claramente al descubierto. Aunque el cuantioso gasto público y los controles interiores impidieron que la depresión mundial que comenzó en 1937 tuviera un impacto directo sobre Alemania, ésta supuso un descenso de las exportaciones alemanas que se vio agravado por la tendencia alcista de precios y salarios que el gobierno no pudo frenar completamente; así, la balanza de pagos alemana fue deficitaria en 1938. Esto era peligroso. Alemania no era totalmente autárquica en productos alimenticios y los años de mala cosecha podían suponer dificultades adicionales. El rearme requería la importación de minerales básicos. La escasez de mano de obra se alivió en parte con la inmigración; pero los trabajadores extranjeros enviaban remesas de dinero a sus países de origen, para lo que se necesitaban divisas. En 1938 y 1939, el gobierno alemán se enfrentó a una alternativa acuciante. Podía reducir el ritmo del rearme, pero esto resultaba completamente inaceptable para Hitler hasta que se hubieran cumplido sus objetivos políticos. Podía limitar el consumo privado introduciendo una verdadera economía de guerra, con severo racionamiento e incluso un nivel impositivo más elevado. Para esta última alternativa, también había objeciones de tipo político: los gauleiter nazis y la policía eran plenamente conscientes de que la popularidad del régimen dependía del mantenimiento de un alto nivel de vida. Quedaba la opción de la guerra, un rápido triunfo militar podía asegurar el dominio alemán sobre Europa antes que el proceso económico hiciera imposible financiar la máquina de la guerra. Las conquistas militares podían fortalecer los cimientos del poder militar: se dispondría de materias primas, alimentos y mano de obra sin necesidad de conseguirlos con divisas. Además, la guerra podía proporcionar una justificación para introducir una economía de guerra si fuera necesario. Parece que Hitler era consciente de que estas presiones le empujaban hacia la guerra: el 22 de agosto de 1939 dijo a sus comandantes en jefe: «Debido a nuestras restricciones, nuestra situación económica es tal que sólo podremos resistir unos pocos años más. Göring [encargado del plan cuatrienal] puede confirmar esto. Debemos actuar, no tenemos otra alternativa.»[13]

El régimen nazi saturó a Alemania de una propaganda intelectualmente deleznable. Su principal propósito era la preparación psicológica para la guerra. No hay ninguna prueba convincente de que lo lograra. Aparte del número sustancial de entusiastas nazis, no parece que entre los alemanes estuviera demasiado arraigado el deseo de una guerra agresiva. Tampoco hay ninguna prueba concluyente de que las medidas antijudías puestas en practica antes de la guerra (que aún no habían llegado al crimen) obtuvieran algo más que una conformidad pasiva: la recuperación económica consiguió erradicar gran parte del apoyo masivo que el antisemitismo obtuvo inicialmente. Hitler recibió el apoyo popular a pesar de la política de la que era fanático y no debido a ella: la guerra agresiva y la aniquilación de los judíos. Aun así, no puede negarse que hacia 1939 el régimen de Hitler había adquirido el apoyo general, debido sobre todo a que se le asociaba con una prosperidad aparentemente estable.



[1] C.Bresciani- Turroni, op. cit. pp. 286-333. G. Bry, Wages in Germany, 1871-1945, Princeton, 1960, p. 268

[2] F.L.Carsten, Reischswehr un politik, Colonia y Berlin, p. 185

[3] Ibid, pp. 426-459

[4] A. Milats, Wähler und Wahlen in der Weimarer Republik, Bonn, 1965, p. 151

[5] W.T. Angress, op. cit. pp. 240-241

[6] E. Eyck, op. cit., I, pp. 315-322, II, pp. 103-104. A Dorpalen, Hindemburg and the Weimar Republic, Princeton, 1964

[7] H.A. Turner, Stresseman ant the politics of the Weimar Republic, Princeton, 1963

[8] F. Hiller von Gaertringen, Die Deutschnationale volkspartei, en E. Matthias y R. Morsey, Das ende der parteien, Düsseldolrf, 1960, pp. 548-549. A. Bullock, Hitler: A study in tyranny. Nueva Edicion, Londres 1965, pp. 147-151

[9] K.D.Bracher, Die Auflösung der Weimarer Republik, Villlingen, 4º ed, 1964, pp. 645-656

[10] R. Heberle, From democracy to nazism. Baton Rouge, 1945.

[11] W.S. Allen, The nazi seizure of power, Londres, 1966, p. 51

[12] A. Bullock, op. cit., p. 213

[13] D.G.F.P., serie D, VII, P. 201 (num 192)