miércoles, 30 de noviembre de 2011

crisis de 1929 antecedentes

Delfaud, Gérard, Guillaume, Lesourd

NUEVA HISTORIA ECONÓMICA MUNDIAL

Capítulo 12

Las condiciones económicas de la paz

Para los gobernantes, la paz significó a menudo una vuelta a los hábitos de pensamiento del pasado, esto es, en lo esencial, a una visión liberal de los problemas, según la cual las preocupaciones políticas dominan a las consideraciones de orden económico. La mejor ilustración de ellos la tenemos en los debates acerca de las reparaciones que se impusieron a Alemania. Se trataba de hacer pagar al vencido, de hacerle cargar con la responsabilidad moral de la guerra, sin preocuparse por los medios materiales de que dispondría para levantar su deuda.

LAS CONDICIONES GENERALES DE LA RECONVERSIÓN

Si bien es cierto que se habían presentido, aquí y allá, las dificultades que podía provocar la desmovilización de hombres, muy pocos fueron quienes midieron las repercusiones económicas de la guerra. En este campo, los vencedores vivían en la relativa tranquilidad que les aseguraba la solidaridad de los Aliados. Especialmente Francia, orgullosa de lo que consideraba su victoria, carecía por completo de conciencia de su profunda debilidad y de su retraso respecto de los Estados Unidos. Para el vencedor, verse enfrentado a los mismos problemas que el vencido fue una prueba muy dura, políticamente difícil de superar; de allí, a veces las violentas reacciones en las relaciones internacionales y las agudas crisis políticas internas, de las cuales la superación del fascismo en Italia constituye el ejemplo paroxístico.

La inestabilidad de la moneda y de los precios

En un mundo llevado a la inestabilidad y a la inflación, nada volvió a ser como antes, como cuando se estaba acostumbrado a evoluciones lo suficientemente lentas corro para que se las tomara por estabilidad, y a un sistema monetario internacional que, bajo la égida de Gran Bretaña, podía parecer armonioso.

1 El fin de la solidaridad interaliada

El economista Ch. Gide escribe:

«El 14 de marzo de 1919 es una fecha memorable en la historia monetaria y financiera de la Francia de posguerra... el franco, abandonado a sí mismo, se convertirá en el juguete de los acontecimientos económicos y políticos Sus fluctuaciones extremas, que se expresaban en la cotización de los cambios, y las internas, que se medían por las variaciones de precio, tendrían las más graves consecuencias para la economía nacional».

He aquí las dos características esenciales de la posguerra, a saber, perturbación del comercio internacional debido a la inestabilidad de los cambios, y cuestionamiento de toda acción económica interna y de las relaciones sociales por la inestabilidad de los precios.

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3. La evolución desigual de los precios.

En la inmediata posguerra, los precios –bajuo influencia del mercado internacional y también de la evolución de las condiciones internas de producción- se hallan a niveles muy variables en los diferentes países. Los gastos de guerra acrecentaron en todas partes la masa monetaria. Por tanto, los precios aumentaron en forma muy generalizada, pero la inflación no fue igual en todas partes, del mismo modo que tampoco siguieron líneas paralelas los costes de producción. Los salarios y la productividad de la mano de obra evolucionaron de modo muy diferentes según se tuviera o no la posibilidad de modernizar las instalaciones y de racionalizar su utilización. Por último, el volumen mismo de los productos que se ofrecían contrapesaba más o menos el aumento de la masa monetaria. La consecuencia del juego de estos diversos factores, cuya importancia propia resulta muy difícil de determinar, es la desigualdad de precios…

(…)

Esta crisis de 1921 tiene la originalidad de ser una de las primeras, o tal vez la primera, que se siente universalmente. El ejemplo de la India es una prueba de ello. En este país, la producción industrial había aumentado considerablemente durante la guerra para responder a la demanda exterior, mientras que el estancamiento del nivel de vida no permitía la ampliación del mercado interno. En 1919-1920, la demanda exterior, particularmente de tela de algodón, es más grande que nunca, y como la rupia, en la huella de la libra, tiene una cotización elevada, la India importa también mucho. En 1921, el hundimiento de la demanda externa, agravada por la alta cotización de la rupia, priva a la India de todo poder de compra, a la vez que se declaran hambres y epidemias. Las mercancías importadas se acumulan en los puertos, sin venderse. Las hilanderías de algodón de Bombay las fábricas de yute de Calcuta, cierran. Son las consecuencias del refuerzo de la solidaridad comercial mundial durante la guerra. Los países dependientes quedan, más que nunca, bajo la influencia de las variaciones coyunturales en los países industriales.

(…)

4. Los desequilibrios norteamericanos

Todo contribuye en 1919, a que Estados Unidos adquiera una indiscutible primacía y un papel esencial en la economía mundial. Los progresos de la economía norteamericana fueron considerables durante la guerra, y la evolución de la renta fue como la muestra este cuadro:

Cuadro 6

RENTA NACIONAL NORTEAMERICANA Unidad: dólar 1925

Global en miles de millones

Per capita, en dólares

1907-1911

1919

55,0

74.2

608

710

Fuente: Historical Statistics of the U.S.

es decir, que, en diez años, se produjo un aumento del 35% del ingreso nacional, y del 12% del ingreso nacional por habitante; la diferencia entre una cifra y otra se debe al crecimiento demográfico, consecuencia, en lo fundamental, de la masiva llegada de inmigrantes.

Esta brutal mutación no podía dejar de provocar desequilibrios. El endeudamiento es particularmente grave en la agricultura y se vuelve insoportable con el deterioro de la coyuntura. Ya nos hemos referido a las dificultades que tiene el Estado para manejar sus instrumentos económicos en materia de crédito. También en el campo del transporte experimenta dificultades debido a las responsabilidades que se vio obligado a asumir. En 1919-1920, liquida a un precio irrisorio la flota de comercio que había constituido durante la guerra y, a través de la Transportation Act, les devuelve la libertad a las compañías ferroviarias, pero haciendo un esfuerzo por salvar los intereses del público por medio de un derecho de vigilancia y comprometiéndose a indemnizar a los propietarios por la falta de ganancia y el desgaste de guerra. La guerra suspendió la aplicación de una legislación anti-trusts ya muy imperfecta. Es en el momento de la guerra cuando la US Steel Corporation, por ejemplo, formada en 1901, muestra todo su poderío. Frente a tales gigantes el gobierno no cuenta con armas suficientes. Pero lo más grave es que Estados Unidos, que ha conquistado con excesiva rapidez el primer lugar en el mundo, no parece dispuesto a asumir sus responsabilidades. Actas como la ratificación de la 18a enmienda, que, en 1919, establece la prohibición, dan prueba del miedo de una sociedad profundamente puritana ante los riesgos de cambio, que se consideran como una pérdida de moralidad. De ello resulta una corriente aislacionista, así como la negativa del Congreso a ratificar el Pacto de la Sociedad de las Naciones, a pesar de inspirarse directamente en el ideal wilsoniano. El aislacionismo es también la vuelta al proteccionismo, con la Fordney Act y los esfuerzos para detener la inmigración, representados en las leyes de cuotas de 1921 y de 1924, que reducen los ingresos a un efectivo, cuidadosamente seleccionado, de 150.000 personas por año en 1927, contra más de un millón que ingresaban en 1913. Tal vez sea más grave aún la incapacidad de Wall Street para sustituir a la City de Londres como regulador de las inversiones y del comercio internacional. Ya veremos cómo esta carencia norteamericana se pudo tornar una de las causas de la depresión de la década de los treinta.

LOS BALANCES SOCIALES

Los años 1919-1920 presentaron la impronta de crisis sociales cuya violencia no se explica por la evolución material de las condiciones del trabajador durante la guerra, pues éstas tendieron a mejorar. La violencia de los años 1919-1920 es una herencia directa de la guerra; traduce la insatisfacción de los antiguos combatientes, que consideran que no se reconocen sus sacrificios y traduce también la inquietud de los asalariados ante la inflación. En ella debe verse igualmente la influencia de la revolución bolchevique.

La guerra es generadora de conflictos sociales en la medida en que, al mismo tiempo que remueve las antiguas jerarquías, crea nuevas desigualdades que parecen aún más indignantes.

La evolución de las rentas

Si con la expresión «rentas del capital» se refiere uno tanto a la renta del rentista como a la del industrial, se advierten notables contrastes. Entre los beligerantes, hay quienes han obtenido enormes beneficios de guerra, más o menos investigados por el fisco. En Francia, Louis Renault encuentra las fuentes de su prosperidad en la fabricación de tanques; André Citroën, en la de obuses. La situación provocó mayores resquemores aún debido a que los nuevos ricos, feligreses de Chez Maxime y otros lugares de moda, carecían de discreción. El interés que presentan estos enriquecimientos intempestivos no es sólo anecdótico, pues alimentaron los odios sociales de posguerra.

El rentista, por el contrario, es la gran víctima de la inflación. La multiplicación de las emisiones, en condiciones que antes de la guerra era imposible prever, desvaloriza sus títulos. Naturalmente, la depreciación monetaria afecta a las rentas fijas. En enero de 1910, el valor real de los títulos franceses de renta fija sólo representa el 34,8% del valor que tenían en 1913 y en agosto de 1926 la cifra cae al 9,9%. También los propietarios, sobre todo los urbanos, se ven afectados por la congelación de los alquileres, que continuó con las moratorias de los tiempos de guerra. La evolución de los salarios es extremadamente difícil de captar, debido a que, por una parte, cambió el valor de la moneda y, por otra, la duración de la jornada de trabajo. De tal modo, toda cifra global es sólo una grosera aproximación. De 1913 a 1919 el salario medio pasó, en Estados Unidos, de 100 a 193,4, mientras que los precios de consumo sólo pasaron de 100 a 175. De ello se puede concluir que hubo un aumento del poder adquisitivo de los salarios, pero el crecimiento del desempleo puede poner en discusión esta conclusión. En Gran Bretaña, después de un descenso del salario real debido tanto al empleo masivo de mujeres, tradicionalmente peor pagadas que los varones, como al debilitamiento de la presión sindical, la situación mejora a partir de 1917. En Francia, a comienzos de 1920, el poder adquisitivo de los salarios es de 115, contra 100 en 1914, pero cae a 99 a fines del mismo año, para volver a subir a 120 en el segundo trimestre de 1921, gracias a la baja de los precios. Estas pocas cifras bastan para indicar que, durante la guerra, no haya evolución global importante del poder adquisitivo de los salarios, y que los aumentos, cuando los hay, quedan otra vez en discusión a partir de 1902. Sin embargo, el acrecentamiento de la masa salarial, que se aplica mediante el acrecentamiento del número de empleos femeninos, implica a menudo un aumento de la renta familiar. Además, un hecho principal de la guerra, que se comprueba por doquier, es la revisión de la escala de los salarios, de la cual se beneficiaron los trabajadores menos cualificados. Hay razones técnicas que explican este fenómeno. La estandarización de la producción privilegia cada vez más a la máquina, mientras que la habilidad de la mano de obra pierde importancia. Hubo también un debilitamiento de las resistencias a dicha evolución, tal como sucedió en Gran Bretaña, donde antes de la guerra los sindicatos defendían con predilección a los obreros cualificados. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos. También en Francia se minimizan las diferencias entre obreros parisinos y obreros provincianos.

En conclusión, se puede decir, con Alan S. Milward, que la guerra elimina la pobreza asistida, es decir, hace desaparecer esta categoría, tan extendida en el siglo XIX, de trabajadores que no podían bastarse a sí mismos por su trabajo y tenían que ser socorridos, en época normal, por complementos que procuraba la caridad pública. La guerra, por el expediente de la fiscalidad, y pese a la excepción de ciertos beneficios, disminuye la riqueza excesiva; actúa, pues, en el sentido de una distribución más igualitaria de las rentas. Esta legislación, sin embargo, no existe en escala internacional. En efecto, se ha podido establecer el siguiente cuadro según el poder adquisitivo en los diferentes países, a partir del salario semanal en seis industrias:

Cuadro 9

Francia

E.E.U.U.

Gran Bretaña

Alemania

Italia

Suecia

1914 1920 1929 1932 1935 1938

100

88

109

105

120

113

202

220

271

182

238

265

152

173

177

195

191

188

109

----

112

101

100

102

90

---

80

80

77

79

155

175

211

202

194

189

Fuente: FOURASTIÉ. Le Grand Espoir du XXème siècle.

Comprobamos que la guerra amplió notablemente las distancias, no sólo entre Estados Unidos y Europa, sino entre países europeos.

La evolución de la legislación social

En 1913, la legislación social era muy distinta en los diferentes Estados. Alemania había desempeñado un papel de pionera, puesto que en 1883 contaba con un sistema de seguro de enfermedad, en 1884 con uno de seguro contra accidente, y en 1889, de seguro de vejez y de seguro de invalidez. Las representaciones patronales y obreras se asociaban para la administración de esas cajas, bajo el control del Estado. Gran Bretaña, a su vez, había edificado un sistema de seguro contra accidentes en 1897, de seguro de vida en 1908 y, a través de la National Insurance Act de 1911, había innovado ampliamente, hasta incluir el riesgo de desempleo. Francia disponía de una legislación tardía y tímida, que tenía como piezas maestras la ley sobre accidentes de trabajo de 1898 y la ley de retiros, muy mal aplicada, de 1910. Después de la Conferencia de Berlín, se desarrolló un esfuerzo de concertación internacional, que culminó con la creación del Bureau International du travail. En Estados Unidos no había legislación social, y, por fidelidad al espíritu de la libre empresa, se remitían para ello a los seguros privados. En todos los países industrializados, una de las reivindicaciones mayores de los obreros era la limitación de la jornada de trabajo. Los mineros franceses, en la vanguardia en este terreno, habían obtenido las ocho horas en 1905, y los mineros ingleses, en 1908. Durante la guerra, a la hora de la movilización de las energías, no hubo casi nuevas reformas. Sin embargo, se vio cómo en toda Francia, siguiendo el ejemplo que el Estado había dado en el caso de los carteros, se extendía el subsalario familiar, prefiguración de las asignaciones familiares.

Las dificultades sociales de la reconversión

En un contexto de precios en alza, estos esfuerzos doctrinarios no pueden detener el descontento. De noviembre de 1918 a enero de 1919 se produce en Alemania la aventura del espartaquismo. En Gran Bretaña se declaran en huelga mineros y ferroviarios, y, en 1920, tratan de concertar una triple alianza con los obreros portuarios. En noviembre, después de tres semanas de huelga, el movimiento fracasa. En Francia, el primero de mayo de 1919 se desencadena una primera crisis, y luego, el 2 de mayo de 1920, se produce la huelga de los ferroviarios, que arrastra a los mineros, los metalúrgicos y los portuarios.

El 15 de mayo se hace evidente el fracaso de esta tentativa de huelga general, última manifestación del anarco-sindicalismo. Se retoma el trabajo, sin concesión alguna de empleadores ni del Estado; quedan despedidos 22.000 ferroviarios. En Estados Unidos, donde no hubo tregua social durante la guerra, los mineros declaran la huelga en 1919; también ellos fracasan. Por último, en Italia, los obreros de Milán, impulsados por los maximalistas, ocupan sus fábricas en 1920, pero los estados mayores de los sindicatos los abandonan, pues les da miedo esta tentativa de instauración inmediata del poder obrero.

Frente a este florecimiento de violencia, que en gran medida se inspira en los acontecimientos de Rusia, los gobiernos alternaron concesiones y represión. En Gran Bretaña, Lloyd George reúne The National Industrial Conference of Employers and Trade-Unions, que no consigue ningún resultado, pero, en vista de la huelga, en 1920, obtiene que se le otorgue el derecho de proclamar el estado de urgencia, por medio de la Emergency Power Act. Sin embargo, la jornada de ocho horas se adopta para todos los trabajadores fabriles, y la Unemployement Insurance Act de 1920 extiende considerablemente la aplicación del texto de 1911. En Francia, la ley del 23 de abril de 1919 legaliza la jornada de ocho horas, y la del 25 de marzo de 1919 instaura las Convenciones Colectivas, que convierten a los sindicatos en contrapartida legal de la patronal. Es una etapa importante en la larga historia del reconocimiento de la representatividad sindical. En Estados Unidos, por el contrario, la Corte Suprema invalida los textos que tendían a limitar la jornada de trabajo y a proteger a las mujeres y a los niños. Esto no significa en absoluto que la suerte del obrero norteamericano sea más precaria que la del trabajador europeo; lo que se rechaza es la ingerencia de los poderes públicos, y se remite, por principio, al mejoramiento de las relaciones sociales en el mercado de trabajo. La patronal piensa haber obtenido una solución milagrosa con el desarrollo del accionariado obrero, mientras que las compañías de seguros continúan ejerciendo una forma particular de seguridad social. En todas partes, los años 1919-1920 están señalados por el fracaso de la violencia sindical. La creación de la III Internacional plantea delicados problemas a los sindicatos, lo mismo que a los partidos socialistas, y provoca, así en Francia como en Italia, su estallido.

Capítulo 14

La crisis de los años treinta

La gran depresión de los años treinta es una yuxtaposición y una superposición de crisis. Yuxtaposición, en la medida en que las dificultades no tuvieron ni los mismos aspectos ni la misma amplitud en los diferentes países; superposición, en la medida en que se puede hablar de crisis financiera, de crisis económica, de crisis social, y también de crisis política. Agreguemos que la cronología de la gran depresión es extraordinariamente confusa. Si bien hay fechas que se imponen, como la del famoso Jueves Negro de Wall Street, 24 de octubre de 1929, cada crisis nacional tiene su propia cronología. Es inútil, como lo muestran las discusiones acerca de la verdadera naturaleza de la crisis, tratar de jerarquizar los factores, y las explicaciones que proponen que la crisis económica tiene origen en la crisis financiera son muy convincentes, pero no más que las que postulan la inversa. La misma cronología es una guía muy incierta, pues muy bien puede ocurrir que acontecimientos tremendos tengan su origen en movimientos profundos que no se manifiestan a plena luz sino mucho más tarde. Así, por ejemplo, ¿es el Jueves Negro origen de las dificultades financieras alemanas y austriacas que se manifiestan a continuación? ¿Son los imprudentes compromisos norteamericanos en Europa una de las causas determinantes del descalabro bursátil de Nueva York?

De ninguna manera pretendemos, por tanto, justificar la clasificación de los hechos que proponemos mediante relaciones de causa y efecto.

LA CRISIS ECONÓMICA Y SOCIAL

Crisis económica y crisis social pueden ser distintas. Los criterios más accesibles de una situación económica son el movimiento de la producción y de los precios. Efectivamente, es en términos de evolución del nivel de vida, esto es, del poder adquisitivo, como ha de analizarse una coyuntura social. El ejemplo de los primeros años del Segundo Imperio, en Francia, constituye una prueba de que no siempre se confunden los fenómenos. Los años 1852-1854 se caracterizaron por el ritmo de desarrollo económico más rápido que haya conocido Francia en el siglo XIX. El alza brutal de los precios convirtió a este lapso en época de crisis social. En el curso de los años treinta, por el contrario, crisis económica y crisis social evolucionan paralelamente, pero con importantes desfases cronológicos.

La crisis financiera

Es la más fácil de captar, pues es posible fechar su desencadenamiento, sin vacilación alguna, el 24 de octubre de 1929.

1. Sus manifestaciones

La crisis financiera se manifiesta en el hundimiento de la cotización de los valores de la bolsa. Sin embargo, no es fácil estimar su amplitud, ya que sólo es posible hacerlo a partir de índices que dan cuenta de la evolución de un cierto número de acciones que se consideran representativas. Los más conocidos de esos índices son el Dow Jones y el del New York Times. He aquí las dos imágenes que nos dan de la crisis:

Cuadro 1

Dow Jones

New York Times

1929

1930

1931

1932

115,43

95,64

55,47

26,82

251,08

199,59

125,09

57,81

Sobre diferentes bases de cálculo se llega, en un caso, a una caída del 79%, y en el otro, del 77%. Estas medidas anuales ocultan las variaciones. El índice del New York Times, que en septiembre de 1929 era de 452, cae a 58 el 8 de julio de 1932. Por tanto, la depreciación de los valores es del 87%.

J. K. Galbraith ha realizado una pintoresca y cautivante evocación de la crisis, que recrea el clima de la época. Puede confeccionarse el siguiente calendario de la crisis:

sábado

19

de octubre

octubre

Baja

lunes

21

de octubre

Baja, pero menor

martes

22

de octubre

Ligera recuperación

miércoles

23

de octubre

Fuerte baja

jueves

24

de octubre

Baja considerable

viernes

25

de octubre

Ligera recuperación

sábado

26

de octubre

Fuerte baja

lunes

28

de octubre

Fuerte baja

martes

29

de octubre

Baja considerable

miércoles

30

de octubre

Recuperación

jueves

31

de octubre

Recuperación

lunes

4

de noviembre

Baja, etc...

A veces, las causas de estas fluctuaciones diarias son lógicas, pero a menudo, también, son consecuencia de circunstancias accidentales o fortuitas. Los domingos son días de reflexión, que mueven a la prudencia; por eso, el lunes la gente se deshace de sus acciones, lo que explica la acentuación de la baja del 28 de octubre y el 4 de noviembre. Cuando las ventas son muy grandes, apenas si se las puede registrar, y los teletipos transmiten las novedades con retraso, lo que acrecienta el pánico en todo el país. Por el contrario, cuando un personaje poderoso, tal como Whitney, vicepresidente de la Bolsa, o el viejo John D. Rockefeller, hacen público un cierto optimismo, respectivamente el 24 a la tarde y el miércoles 30, las cotizaciones ascienden. El desorden de las variaciones traduce todo lo que el juego bursátil tiene de especulativo, juego que, desde meses atrás, vivía del alza de los valores. La especulación había provocado la utilización de organismos y el funcionamiento de mecanismos que acentuaron notablemente la catástrofe.

2. Los mecanismos de la crisis bursátil

La especulación con el alza se apoyaba sobre el principio de la compra al margen. El comprador de acciones tomaba en préstamo, de un agente, el precio de sus acciones a una cotización dada, más una tasa de interés que dependía de la abundancia de dinero disponible en el mercado. Dejaba sus acciones al agente, como garantía del préstamo. Mediante la venta a término de sus acciones, que habían subido, se embolsaba su ganancia, de la que deducía los intereses pagados al agente. Éste, por una parte, tomaba préstamos bancarios, para poder prestar a su vez, y por otra parte exigía a su cliente, además del depósito de las acciones, una cierta fracción de su precio. Esta fracción es el margen. Como los valores aumentaban mucho, su reventa producía ganancias muy grandes, por mucho que el agente exigiera tasas de interés igualmente importantes, como para poder pagar a su vez intereses elevados por los préstamos bancarios que contraía. De esta manera, los bancos aseguraban un rendimiento muy alto a las sumas que sus clientes les confiaban y, en consecuencia, entregaban enormes sumas sin ningún reparo, lo que venía a alimentar la especulación. En la operación ganaban, en cadena, el titular de un depósito bancario, el banquero, el agente de bolsa, el comprador de acciones. Se comprende así la euforia que rodeaba al alza.

Decir que al alza sigue la baja es decir que acciones en garantía en poder del agente pierden su valor. El agente recurre inmediatamente al llamado al margen, esto es, exige a su cliente una garantía más importante de sus compras. El cliente, que se ha comprometido al máximo de sus posibilidades (por cierto que en su interés, pues cuanto más se comprometía, más ganaba), no puede responder a la exigencia del agente o, más exactamente, sólo puede hacerlo liquidando sus acciones, que de esta suerte llegan en masa al mercado, lo que acentúa la caída. En cuanto a los bancos, aumentan sus tasas o interrumpen los préstamos. Los clientes, preocupados, retiran sus fondos, tanto más cuanto que clientes de bancos y especulaciones bursátiles se confunden muy a menudo.

Otro factor que agravó la crisis es la existencia de sociedades de inversión. Una sociedad de inversión reunía, como cualquier sociedad un capital por medio de la emisión de acciones, y utilizaba luego ese capital para adquirir valores diversos en la bolsa. No tenía, pues, un capital fijo en contrapartida de su capital financiero, que tan sólo correspondía al conjunto de valores que tenía en su poder. Un hundimiento de éstos producía irremediablemente la desintegración de su capital, el derrumbe de sus propias acciones. Mientras que una sociedad industrial o comercial sobrevive a la baja de las cotizaciones en bolsa, una sociedad de inversiones, naturalmente, resulta golpeada con toda severidad. Estas sociedades, que sólo en 1929 se inscribieron en la bolsa, se multiplicaron a partir de entonces, al punto que sólo en aquel año 1929 se habían constituido 265. Estas sociedades de inversiones fueron las primeras afectadas y se hundieron por completo. Sus desgracias se agravaron aún con la crisis de confianza. La caída de sus acciones arrastró la de valores totalmente sanos.

El mercado bursátil es un mercado internacional por excelencia, ya que no hay nada más fácil que transmitir una orden de compra o de venta de Nueva York a Londres o a París. A pesar de que en Europa la especulación no haya conocido nada comparable a lo que era en Estados Unidos, el contagio de la crisis bursátil fue inmediato. En París, los valores extranjeros que, para 1913 = 100, costaban 675 en 1929, están a 223 en septiembre de 1931. Los valores franceses, que pasan de 507 a 269, resisten mejor. Aunque las variaciones sigan el mismo sentido que en Nueva York, no llegan a igual magnitud. La especulación había sido más limitada, por lo cual la proporción de gente afectada es mucho menor, si bien no hay que exagerar el número de norteamericanos que jugaban a la bolsa. Es cierto que, en diversos idos, sumaban unas centenas de millares, pero sólo representaban mía pequeña minoría de la población.

3. La impotencia de las autoridades

La especulación bursátil comenzó a preocupar a las autoridades financieras norteamericanas a partir de 1928. Como las compras al margen desempeñaban un papel esencial, una restricción del crédito hubiera podido, al menos teóricamente, frenar la especulación con toda eficacia. Mucho se ha reprochado al Federal Reserve System por no haber limitado el crédito. La explicación residía en que el crédito era tan necesario para la industria norteamericana como para la bolsa. Es cierto que había que controlar el boom financiero, pero también lo es que había que asegurar la expansión. En mayo de 1927, ante una amenaza de estancamiento, el F.R.S. reduce la tasa de descuento. Los años 1928-1929 están signados por vacilaciones entre los dos imperativos contradictorios, sin llegar a optar por una política. Estas vacilaciones tienen su explicación en el bicefalismo de hecho del Federal Reserve System, En Washington tiene su sede el Federal Reserve Board, pero el Federal Reserve Bank, de Nueva York, representa un poder considerable. Los puntos de vistas de una y otra institución no concuerdan. Washington quería una política de presión directa sobre los bancos, con penalización de los préstamos sobre valores, que son los que permiten las compras al margen. Nueva York se indigna de una ingerencia en la gestión de los bancos y propone medidas generales. alza de la tasa de descuento y ventas en el open market que, a juicio de Washington, entrañan el riesgo de convertirse en una pesada carga para la economía. Se llega así a medidas a medias o a medidas tardías. En febrero de 1929, el Federal Reserve Board hace un llamado a la conciencia de los bancos, para que no presten a los especuladores. Sólo a finales de verano la tasa de descuento pasa de 5% a 6%. Incluso se adoptan actitudes claramente contradictorias. El llamado de Washington, en febrero de 1929, había tenido eco, y una restricción del crédito a la especulación había provocado una caída de las cotizaciones en bolsa. Washington consideraba que se trataba de un saneamiento necesario, pero Mitchell, director del Federal Reserve Bank de Nueva York y presidente del todopoderoso National City Bank, decide prestar 25 millones de dólares al marcado bursátil, lo que explica en estos términos:

El National City Bank reconoce plenamente los peligros de una especulación exagerada y apoya el deseo de restringir la expansión del crédito que anima a las autoridades de la banca federal. Al mismo tiempo, el Banco, los negocios en general, y, es de suponer, los bancos federales, desean evitar un hundimiento general del mercado de valores, que tendría consecuencias desastrosas sobre los negocios.

La evocación de esta polémica muestra la extraordinaria complejidad de los problemas. Washington, por cierto, tenía razón en temer las consecuencias de la especulación, pero Nueva York tenía a su vez plenos fundamentos para retroceder ante las repercusiones del hundimiento de los valores. La explicación de la crisis bursátil por la inflación, que se admitió por mucho tiempo, no se sostiene ya, como lo mostró G. Friedman, pues, si bien era excesivo el crédito a la especulación, el crédito a la industria era limitado. El drama reside, pues, en que el crédito se haya volcado en la especulación bursátil, pero, como lo dice J. K. Galbraith: «No sabemos por qué tuvo lugar en 1928 y 1929 aquella gran orgía especulativa».

4. La crisis del crédito

La crisis del crédito es la consecuencia inmediata de la crisis bursátil, que hace desaparecer la confianza, y sin confianza no hay crédito. Esta crisis del crédito es al comienzo una crisis norteamericana, pero dado el lugar que ocupa Estados Unidos en el mundo, se convierte en mundial. El mecanismo es muy sencillo. Los ahorristas, atemorizados por la crisis de la bolsa, tratan de retirar sus depósitos a la vista. Los bancos, comprometidos en gran escala, tanto a mediano como a largo plazo, no están en condiciones de realizar los reembolsos. Deben declararse, pues, en estado de cesación de pagos o en quiebra. En Estados Unidos, la situación se agrava debido al fraccionamiento extremo del aparato bancario; los bancos suelen ser pequeños negocios locales, sin apoyo mutuo. La multiplicación de quiebras bancarias —642 en 1929, 1.345 en 1930, 2.298 en 1931— agrava la crisis de confianza. Los préstamos norteamericanos habían desempeñado un papel esencial en el restablecimiento de la situación en Alemania y en Austria. (…)

La crisis económica

De dos maneras afecta a la producción la restricción del crédito, que llega incluso a su total desaparición. Las empresas que tienen dificultades por falta de disponibilidades financieras, en el peor de los casos, quiebran, y, en el mejor, postergan los gastos de equipamiento. El consumo, que en los años veinte ya era ampliamente sostenido Por el crédito, disminuye. El debilitamiento de la demanda trae como consecuencia el de la producción.

La caída de la producción.

Se ha podido calcular la evolución de la producción industrial mundial que fue la siguiente:

Cuadro 2

1928

100

1935

103,2

1931

87,3

1936

117.8

1932

74,3

1937

126.6

1933

83,5

1938

118,8

1934

91,7

Fuente: A. SAUVY, op. cit., vol. 2.

Esta visión global indica que el punto más bajo de la crisis se sitúa en 1932, y que después de una vigorosa recuperación en 1936 y 1937, experimentará una nueva caída en 1938.

La crisis social

[…]

2. El mundo del trabajo

En la importancia del índice de desempleo encontramos el índice más precioso de la crisis de los años treinta. Que jamás, en la historia precedente, el desempleo hubiera azotado con tal gravedad al cuerpo social, se debe a que es una enfermedad propia de las sociedades industriales avanzadas. En las sociedades preindustriales, así como en la colonial, a la que ya nos hemos referido, el mal social correspondiente es el subempleo. El desempleo ha constituido una carga muy grande para los trabajadores, pero, tal como lo señala la evolución del consumo (positiva, en resumen) afectó principalmente a los espíritus, porque atacó a la sociedad norteamericana, que previamente sufría más bien una escasez de hombres para explotar todas las riquezas potenciales del país. También golpeó severamente a Gran Bretaña, país al que la industrialización, y también la emigración, habían asegurado, a lo largo del siglo XIX, un alto nivel de empleo. No cabe duda alguna de que el desempleo alcanzó tasas considerables en porcentajes sobre la población activa, pero es muy difícil establecer cifras, y sobre todo cifras comparables, pues las definiciones del parado son muy variables. Puede tratarse de un parado con ayuda, como es el caso en Francia, o del parado registrado, como lo es en Inglaterra, del parado asegurado, como en Bélgica, o del parado que se considera como tal, como ocurre en Estados Unidos.

Una primera imagen del paro puede darla el porcentaje mínimo de la población activa que está empleada. Tomando como base 100 la población activa de 1929, se obtiene:

Cuadro 7

Porcentaje mínimo de la población industrial empleada

Tasa de desempleo

%

Año

Reino Unido

Alemania E.E.U.U.

Francia

Italia

Japón

56,9

62,5

73,5

79.4

84,2

91.4

1932

1932

1935

1933

1931

1932

40,5

37,5

26,5

21,6

15,8

8,6

Fuente: Annuaire, S.D.N., 1939.

Habría que aceptar estas cifras sin discusión alguna si el año 1929 hubiera sido en todas partes un año de pleno empleo. Pero no es eso lo que ocurre en Gran Bretaña, en donde aquel año había 1 262000 Parados registrados. En Estados Unidos, en la misma época, hay una slituación de sobreempleo (multiplicación de horas extraordinarias, ligada a los trabajadores inmigrados temporarios). Estimado en proporción a la población activa, el desempleo alcanza las siguientes cifras:

Cuadro 8

Tasa mínima de desempleo

Año

Alemania E.E.U.U.

Reino Unido Suecia

Dinamarca

Noruega

Austria

43.7

25,2

22,1

23.7

31.7

33,4

29,0

1932

1933

1932

1933

1932

1933

1933

Fuente: Annuaire. S.D.N. 1939.

La comparación de estos conjuntos de datos muestra cuan aleatoria es toda tasa de desempleo. Con todo, surge de ella que el paro alcanzó de uno a dos quintos de la población activa, y que en los países pequeños, de los que se habla poco, como Noruega, causó tantos estragos como en las grandes potencias. Muestran su originalidad la situación de Gran Bretaña, en donde después de la guerra se registró una elevada tasa de paro (17% de la población activa en 1921, 10,4% aún en 1929), y la de Japón, en donde el máximo registrado en 1931 es muy débil.

(…)

Finalmente, agreguemos que el alcance social del desempleo varía mucho de país a país, en función de la legislación social. No es igual en Japón, donde el trabajador no cuenta con ninguna garantía, que en Francia, donde se improvisan medidas de auxilio, que en Estados Unidos, donde el problema se remite en gran parte a las iniciativas locales, o que en Gran Bretaña, donde a partir de 1911, y sobre todo de 1920, existe un verdadero seguro de desempleo.

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